lunes, 23 de noviembre de 2009

Pasando el Thorung La

Seguimos en Manang, que se encuentra a 3.500 metros de altitud, lugar ideal para hacer diferentes excursiones de aclimatación. Desde la ventana de nuestro cuarto podemos ver las montañas nevadas y el glaciar que baja por uno de sus cortantes (es maravilloso observar los amaneceres tumbados en la cama iluminando el sol las cumbres nevadas). Y glaciar es el frío que hace por las noches. Nos sorprende en exceso que las casas no estén aclimatadas para este frío. De hecho dormimos con prácticamente toda la ropa puesta, el saco de dormir y el cobertor que nos dan en el hotel. Y cuando decimos toda la ropa puesta queremos decir gorrito incluido. La ducha es algo que no probamos desde hace 5 días, ya que el agua sale helada. Hay instalaciones de placas solares pero éstas no llegan a calentarse en esta época del año (por las mañanas las cañerías están totalmente congeladas). Tan sólo el lavarnos las manos nos deja destemplados durante largo rato.

Hicimos una visita más por la zona al lago que es nutrido del mencionado glaciar. Sus quietas aguas son de color turquesa, y a su alrededor las banderas suenan como música celestial. Las piedras se apilan como símbolo de respecto y culto al sagrado lugar, a las sagradas montañas.

El día de nuestra partida amanecía nublado. El tiempo no acompañaba, pero queríamos continuar hasta Yak Kharka. A partir de este momento todo sería ir subiendo lenta pero constantemente hacia Thorung La. El paso se halla a 5.416 metros de altura, y hasta esa cima nos esperan al menos dos noches y tres días más de dura caminata y aclimatación. Seguimos atravesando preciosos pueblos entre montañas, ya a esta altura completamente desnudas. Mostrándose al completo, bellas tal cual son. Muy poca vegetación cubre sus pieles. Cuan puras son estas imágenes. A cada punto que miremos tenemos un pico nevado. Los pájaros revolotean a nuestro alrededor, y de repente, comienza lo que no acabamos de querer pronunciar. Estaba nevando. Aún no habíamos llegado a los 4.000 metros y la nieve comenzaba a caer, a ritmo suave e intermitentemente. Y conforme más avanzábamos, entre más puentes colgantes y tardando cada vez más en ver una casa, y por tanto a gente, más denso se hacía ese bajar de copos, como plumas de cielo. Precioso. La emoción nos invadía ya que estábamos viendo algo realmente único. Nos paramos a descansar y a tomar un té caliente en el siguiente lugar que divisamos. Todos nos apilábamos junto al fuego intentando quedarnos con algo de su preciado calor.

XLIII (Nieve)

Lo que era polvo,

ahora es tierra.

Lo que es tierra

luego será barro.

Lo que será barro,

más tarde será…

un camino blanco.

Continuamos caminando y la nieve se hacía aun más intensa, hasta resultar imposible prácticamente mirar al frente. Llegamos a nuestro ansiado destino tras unas horas y nos encontramos en un Lodge completamente atiborrado de gente, que ante la inclemencia del tiempo había decidido parar y pasar allí la noche. Las tazas de té caliente no paraban de pasar entre todos nosotros, y los que éramos desconocidos, nos convertimos, al rato, en una gran familia. Y es que si aquí, a 4.100 metros estaba nevando, no queríamos ni imaginarnos lo que estaba ocurriendo algo más arriba. Y por más que preguntábamos a los guías o a la gente local allí nadie te decía nada. Tan sólo que esperáramos a al día siguiente, cuando amaneciera la nieve dejara de caer. Pero eso no ocurrió en toda la tarde, ni por la noche tampoco. Y mientras tanto los copos continuaban apilándose formando bloques de un gran espesor, y las dudas sobre si continuar o no, se hacían igualmente más grandes a cada minuto que pasaba. Esto lo dice una que es del sur, según Sandra, la suiza, tampoco era para tanto. Pero lo que era preocupante es que no había ningún sistema de información meteorológica, ni nadie que se hubiera informado de la situación en Thorung Phedi (a 4.450 metros de altitud, lugar en que se hace noche el día anterior de la ascensión al paso). Por tanto nadie sabía que ocurría al día siguiente, si el trekking continuaría o si nos daríamos la vuelta.

A la mañana siguiente todo amaneció completamente blanco, incluido el cielo, pero no nevaba. Por lo que en el desayuno ya estaba todo el mundo preguntando ¿tú que vas a hacer? ¿Y vosotros? La historia es que casi todos tenían un guía y nosotros no, con lo que éramos más bien nosotros los que no parábamos de preguntar. Y es que no teníamos necesidad de pasar ningún mal rato, no somos montañeros y no pretendemos engañar a nadie. Más nos valía una retirada a tiempo que una mala experiencia. Nosotros ya habíamos disfrutado en exceso. Pero fue casi unánime la decisión, ya que prácticamente la totalidad de la gente decidió continuar el ascenso. Incluida una parejita de israelitas, Daria y Lior, que habían tenido algunos problemas con la altura y que éste sería su tercer intento de ascender a Thorung Phedi.

Nosotros nos sumamos con ellos en el ascenso, parecía que el tiempo quería favorecernos ya que el sol comenzó a hacer su aparición tímidamente. A mí me fascinaba el sonido de la nieve bajo nuestros pies. Ese crujido de nieve recién caída. El camino estaba recién abierto, por el resto de las personas que habían comenzado antes. Seguíamos la estela de pasos que sobre la nieve se habían forjado. La chica no aguantó por mucho tiempo, ya que los problemas de estómago comenzaron a hacer de nuevo su aparición, posiblemente por la altura. Así que de nuevo solos proseguimos nuestro camino.

Atravesamos más puentes colgantes totalmente repletos de nieve. En algunos casos el hielo hacia su aparición en el camino, tambaleándonos suavemente. Pero el momento realmente crítico llegó cuando en una bajada, de zig-zag, el camino era completamente hielo, y había una importante caída hacia el río que transcurría por abajo. Afortunadamente fuimos ayudados por un guía del grupo que iba por delante de nosotros, y por los bastones que uno de ellos nos prestaron. Y mira que nos habíamos preguntado veces ¿Y realmente son tan necesario los bastones? Pues ahora ya lo sabíamos, desde ese momento tomamos la decisión de que compraríamos unos bastones en la siguiente parada. De hecho incluso con bastones Juanlu terminó literalmente deslizándose por la cuesta a modo de tobogán.

Entre tanto nos encontramos con gente que estaba retrocediendo. Nosotros los parábamos y les preguntábamos por la situación, y todos nos decían lo mismo, que era peligrosa la bajada del paso. Nosotros nos mirábamos y decíamos ya lo decidiremos cuando lleguemos.

Y de nuevo otra subida. Este fue para nosotros, hasta el momento, el tramo más peligroso. El hielo te sorprendía a cada paso. A un lado el precipicio y al otro la montaña de nieve. Ni contaros cuando vimos el cartel de “Riesgo de avalanchas”. Con la nieve recién caída y nosotros resbalándonos con el hielo. Yo no paraba de preguntarme ¿Pero qué hago yo aquí? ¿Si yo soy chica de mar y no de montaña? ¿No deberíamos haber dado la vuelta? Esto es realmente una experiencia en alta montaña. Y es que aunque todo el mundo te diga que es fácil, la verdad es que cuando el mal tiempo hace su aparición no es algo para tomarse a broma, o por lo menos así lo veíamos nosotros (la verdad es que el resto de la gente no estaba tan preocupada como nosotros, y es que eso lo da la experiencia en montaña).

Llegamos a Thorung Phedi, y notábamos como nos costaba respirar, las palpitaciones, por la altura, eran constantes en nuestro pecho. Pero también la alegría de por fin haber alcanzado nuestro meta. En seguida nos encontramos con parte del grupo que la noche anterior habían estado con nosotros en Yak (Dos italianos, Alex y Youri, dos israelitas, Shira y Anat, una suiza, Sandra y un australiano, Lathan), la alegría fue tremenda al verlos. Ellos nos invitaron a hacer el paso al día siguiente juntos, ya que ellos tenían guías, y nosotros aceptamos encantados (aunque en realidad aún no habíamos tomado la decisión de continuar, pero dar la vuelta solos tan poco sería un camino nada fácil, ya que el último tramo cuesta abajo no queríamos ni imaginárnoslo). La tarde se hizo larguísima, y los nervios eran muy intensos. Había unos que tenían dolor de cabeza y temían que el mal de altura les hiciera retroceder. Y otros, como yo, que tenían un temor que les invadía por dentro. Era como el día anterior a un examen, pero encima a 4.450 metros de altitud, donde esos nervios se transforman en palpitantes momentos. Para calmarlos no paraba de hacer respiraciones y jugar al solitario.

La noche fue sin duda la más fría de toda nuestra vida. El vapor salía de nuestras bocas una vez acostados, y no había más capas de ropas que poder usar. Como bebíamos tanta agua para estar hidratados por la altura, no parábamos de ir al baño toda la noche. Y cada vez que ibas, tenías que salir a la nieve. El agua para echar en el wáter (a modo de cisterna manual) estaba totalmente congelada, y tú, casi igual.

No pegué ojo más que un par de horas en toda la noche (bueno nos despertamos a las 3.30 de la mañana, así que tampoco es que durara mucho la noche) de los nervios que tenía. El problema, según habíamos hablado con la gente, no era tanto la subida, como la bajada. Es decir subíamos unos 1000 metros, pero hasta el siguiente pueblo bajamos unos 1.600 metros. Y es que si había nevado en el otro valle, cosa que nadie te decía con exactitud, esa nieve sería hielo. Y con el hielo la bajada es un infierno, aparte de, tal y como habíamos comprobado el día anterior, muy peligroso. Nosotros nos dejamos llevar por el resto del grupo que habíamos forjado, dejamos de hacernos preguntas y comenzamos la caminata a las 4.30 de la mañana con la linterna puesta en nuestras cabezas apuntando al congelado suelo.

Subir, subir y subir. No ves nada a tu alrededor salvo el trozo de suelo blanco que ilumina tu linterna. El palo de madera que habíamos comprado nos ayuda mucho, pero aún así tenemos que estar muy pendientes de cada paso que damos. En muchas ocasiones el camino es tan malo que vamos nieve a través para evitar caídas. Menos mal que en este caso vamos acompañados de Khrisna y Dblama, nuestros guías (bueno los del resto de la gente, pero que ese día y gracias a un dinerillo que les dimos, serian también los nuestros). En medio de la subida a la primera parada una de las israelitas empieza a pedir un descanso, pero los que llevan la delantera no paran. Nosotros no dábamos crédito, pero el grupo seguía. Total que la chica sigue pidiéndolo, hasta que de repente se desploma, y Juanlu que estaba al lado nos dice que volteó los ojos y comenzó a convulsionar. Con agua y algo de chocolate se empieza a recuperar. Pero lo más sorprendente de todo esto es el comportamiento de la amiga, que no solo no le brinda apoyo si no que le dice que se vaya para abajo con el porteador, pero que ella sigue. Afortunadamente las mujeres israelitas son fuertes de narices y ésta decide seguir subiendo (yo me hubiera dado la vuelta, la verdad).

Era de noche cuando llegamos a nuestra primera parada a 4.850 metros (en el Base Camp), y tras un breve descanso continuamos el camino. De repente el guía nos pide que apaguemos las linternas, y es que sin habernos dado cuenta había amanecido. Y fue en ese momento cuando fuimos conscientes del lugar en donde estábamos y del épico momento que estaba sucediendo. Esto lo recordaremos el resto de nuestras vidas. La imagen era la de estar totalmente sumergidos entre dos montañas nevadas, y a lo lejos ver gente subiendo interminables cuestas en la nieve, daba la sensación de estar realizando una expedición a los polos. Pero no, nos encontrábamos en el mismísimo Himalaya, sumergidos en medio de los Annapurnas.

El frío comenzó a notarse cada vez más, el viento azotaba, más y más fuerte, trayendo con él algunos copos que poco a poco fueron siendo muchos. Había empezado a nevar. Nadie pregunta nada, tan sólo continuamos, y continuamos. A paso lento, pero seguido. Las respiraciones se hacen cada vez más difíciles, pero no parábamos. Y mientras nuestro cuerpo hacía todo aquel esfuerzo, nuestras mentes no hacían más que dar gracias, ya que este, nuestro cuerpo, funcionaba. Funcionaba perfectamente. Tenemos un cuerpo sano y por ello en circunstancias como ésta, tenemos que darle las gracias.

Al beber de nuestras cantimploras el agua pasó de estar fresquita a estar helada, es decir, congelada, con trozos de hielo reales flotando en ellas. Llegamos a un último punto antes del paso, una pequeña casa donde servían tés. La gente se agolpaba alrededor queriendo entrar un poco en calor.

Continuamos y por fin a lo lejos divisamos unas banderas. No queríamos creerlo, pero tampoco nos podíamos detener. Había que seguir. Y seguimos y seguimos, efectivamente habíamos llegado. Las lágrimas salieron de nuestros ojos de forma natural y esporádica. La alegría y la satisfacción nos invadían.

Lo habíamos logrado, estábamos en el paso. Una sensación de libertad se apoderó de nosotros. Fotos y más fotos, pero con movimientos lentos ya que enseguida nos cansábamos.

Tras un té y un poco de comida (bollos y chocolatinas), comenzó la bajada. Afortunadamente, enseguida pudimos comprobar que apenas había nevado a este lado, y que, por tanto, no sería tan complicada como esperábamos. Pero sí larga, más de 4 horas bajando terminaron con nuestras rodillas. No encontrábamos el momento en el que poder tomar un descanso y quitarnos las mochilas de nuestros hombros. Pero también se notaba que bajamos de altura, y ello nos motivaba.

Comenzábamos a sumergirnos en un valle de piedras tornado en colores marrones. La nieve todavía estaba presente pero sin interferir mucho en nuestro camino.

Lo curioso es que pese a todo lo pasado no dejan de sorprendernos cosas (personajes que se nos cruzan o mujeres tradicionales hablando por el móvil es que eso de no tener móvil hace que haya cosas que nos extrañen, o simplemente una señora mayor subiendo por el empinado tramo que nosotros bajamos).


Por fin llegamos a Muktinath, donde haríamos noche. Los árboles de hoja caduca teñían el suelo de un dorado precioso, y el oxígeno más abundante hacía que nuestras respiraciones fueran tranquilas. Una ducha de agua caliente fue la recompensa (aunque la verdad es que le baño no estaba caliente, por lo que tampoco fue ningún placer). Ese mismo día nos terminamos nuestro chorizo, compartiéndolo con Víctor (un español que habíamos conocido) y un amigo suyo francés. Con ese gustito nos quedamos.

El siguiente tramo lo hicimos hasta Jomsom, atravesando unos preciosos valles totalmente desérticos. Con acantilados por todos lados. Un inmenso río de nuevo era nuestro compañero, y las rocas que había por todos lados, nuestras fieles testigos. El viento azotaba fuerte e intenso.

Desde aquí ya fuimos de nuevo solos. Disfrutando de nuestras paradas, de hacer nuestras fotos, y de escribir nuestros poemas mientras caminamos. Pudimos ver los pueblos más tibetanos que hasta el momento habíamos contemplado. Y por supuesto, la gente continuaba siendo tan hospitalaria. Los picos nevados continuaban rodeándonos por donde fuéramos, y su fuerza la notábamos más y más en nuestros corazones.


LIV (Desierto)

Habla a través del viento,

el valle y las montañas,

le encanta el silencio

y la escucha de sus palabras.

Vive desnudo, sin miedos,

como si nada necesitara,

con los brazos abiertos

energía Himalaya.

Llegamos a Jomsom, con la lengua fuera. Realmente exhaustos del agotamiento de estos días. Fue aquí donde decidimos que se acabaría nuestro periplo por los Annapurnas. Decidimos coger un bus que nos llevara hasta Pokhara. Estábamos contentos, pero no sabíamos lo que nos esperaba. Más de 11 horas por infernales carreteras (por llamarlo de alguna manera, ya que eran más bien caminos de tierra llenos de baches), con precipicios a los lados, atravesando ríos, y puentes de madera que daban miedo. Sin mencionar el hecho de que iba hasta arriba, con gente sentada, en el pasillo, en taburetes. Y para colmo nos tocaron los últimos asientos del minibús, con 8 personas ocupándolos, de acuerdo que tres eran niños, pero igualmente ocupan. Es decir, no paramos de dar brincos en todo el día. Ese tembleque, no es bueno, os lo aseguramos.

No parábamos de retroceder cada vez que nos encontrábamos un vehículo. Y es muy curioso el mecanismo. El ayudante del chofer se baja y se pone a dar golpes a la carrocería (dos golpes es continua, uno para). Todo ello acompañando de una musiquita que suena cada vez que el conductor mete la marcha atrás. Hubo un momento que paramos casi una hora porque un Jeep estaba cambiando una rueda. Bueno de eso nos enteramos más tarde, ya que parecía que estaban realizando toda una operación de ingeniería mecánica, pero al final resulto que tan sólo era una rueda. Eso sí, uno trabajando y ciento mirando. Incluidos nosotros que no parábamos de decir que nos dejaran a nosotros que lo acabaríamos antes.

Estamos en Pokhara, a 800 metros, donde es fácil conseguir un champú para lavarse el pelo, agua caliente y una habitación aclimatada. Pero también supone bajar de la tranquilidad de las montañas al ruidoso ajetreo del mundo. No sé si somos nosotros pero al bajar de las montañas hemos tenido la “Enfermedad de la bajura”, el estrés. Aún así, felices y dispuestos a meternos en un curso intensivo de yoga, con tal de no perder la tranquilidad que durante estos días hemos disfrutado. Pero chicos de nuevo todo esto será parte de una nueva historia.

Namaste amigos.


Cris y Juanlu

Massaleros Vuelta al Mundo

6 comentarios:

  1. Vaya pasada!!!!! vaya pasada!!!!!! no me canso de repetirlo estoy maravillada, las fotos y tus comentarios lo dicen todo no me extraña que necesitarais un curso de yoga o de lo que fuese despues de esta aventura tan arriesgada, pero parece que el riesgo merecio la pena. Ya os habeis convertido en unos expertos montañeros no se os pone nada por delante solo me queda por deciro enhorabuena campeones lo habeis conseguido bueno espero ser la primera que me hace ilusion.
    Chao, muchisimos besos y esperamos veros pronto

    ResponderEliminar
  2. Hola a todos los massaleros, me estoy aclimatando y me falta el aliento, pero ha merecido la pena, hemos estado por encima de los 5.400 m. en el Himalaya. Gracias, estamos haciendo el viaje con vosotros.
    La unión hace la fuerza, la foto de los dos massaleros con las manos unidas, hace de las cumbres montes de arena.
    Cuidaros os queremos.

    ResponderEliminar
  3. Hola, soy Kike!

    Os comento que os sigo un montón y que me han encantado estas aventuras montañeras... Vaya reto: increíble! estoy muy contento por lo que estáis viviendo: 1000 y 1 vidas = 1 vida massalera!!

    Os kiero, kik.

    ResponderEliminar
  4. Fría y preciosa aventura. Y preciosa también la última fotografía, al verla me he preguntado ¿cuál será la última fotografía de vuestro viaje?

    ResponderEliminar
  5. Asombro, excitación, frio, envidia, admiración, vértigo, quietud, miedo, alegria, y sobretodo orgullo, es lo que me ha trasmitido, saber todo lo que habéis hecho, y hasta donde habéis conseguido llegar me deja extasiada.
    Me muero ya de ganas de daos un abrazo ENORME. Pero ya queda muy poquito para eso, entonces lo que mas deseo es que disfruteis, a tope, lo que os queda de vuestra vuelta al mundo!!
    Os quiero muchissimo!

    ResponderEliminar
  6. Mis muy queridos Masaleros, vaya con la aventura en la que nos habéis metido, estoy "pa" el arrastre.
    Cuanta emoción hay en cada párrafo, la verdad es que os está pasando como a los vinos, cuanto más tiempo tienen son mejores, y es que vuestras actualizaciones son insuperables.
    Me encanta las fotos de la nieve(siempre me han gustado,me relajan), pero la mejor es esa agarradita, con ese camino pedregoso, esas montañas... me recuerda la historia que os envié no hace mucho, la de los dos halcones...unidos, pero no atados.
    Ya queda poquito para ese achuchón, que lo van a sentir los propios ángeles.
    Os quiero, os mando todo mi amor.

    ResponderEliminar