sábado, 31 de octubre de 2009

Uno de esos lugares únicos, Angkor Wat

Nos quedaban unos días antes de partir rumbo hacia nuestro siguiente destino, y quisimos acercarnos hasta Angkor Wat. Para ello teníamos que cruzar desde Mae Sot hacia Camboya, de nuevo en esos interminables autobuses de los que muchos ya sabéis. La entrada en el país fue un tanto destartalada, y es que el tuktuk en vez de llevarnos a la frontera, como le indicamos, nos llevó a una agencia que nos quería cobrar por gestionarnos la visa. Tras el intercambio de algunas palabras, que poco faltaron para subirse de tono, conseguimos que nos llevaran al ansiado lugar. Pero esta vez fueron los mismísimos policías de inmigración camboyanos los que nos engañaron, por no decir robaron, cobrándonos 5$ más de lo que costaba la visa. Nosotros venga a señalar el cartel que estaba justo sobre su cabeza, pero el hombre parecía no querer entender. Total que nos tuvimos que callar y continuar, ya que nos veíamos fuera del país.

Entramos en Camboya por un pueblo llamado Pot Poi. Antonio dice que los lugares fronterizos le gusta vivirlos, pero lo que es a nosotros nos gusta pasar el menor tiempo posible en ellos. Y en este mucho menos. La gente no paraba de pararnos queriendo ofrecernos taxi, autobuses o lo que fuera. Entre todo el ajetreo nos llamaron la atención algunos carteles que había en la cuidad, en los que decía: “Save our childrens” (salvar a nuestros hijos), y es que resulta que en Camboya hay multitud de problemas con niños que son llevados a Tailandia para el mercado sexual.

Por fin llegamos a Seam Reap, ciudad que serviría de campamento base para visitar el famoso Angkor. Éste resultó ser, simplemente, increíble. Es uno de esos lugares únicos en el planeta. Se trata de la extensión más grande del mundo destinada a un lugar religioso, y consiste en una vasta extensión de bosques repleta de templos. Éstos pueden estar rodeados de murallas o no. Están dedicados a diferentes dioses, ya que a pesar de ser templos budistas, se construyeron en su mayoría ofreciendo tributo al dios hindú Shiva, que representa al Creador y al Destructor. También hay muchos dedicados a Vishnu, el Protector.

El primer día hicimos la visita en Tuktuk, lo cual fue un acierto, ya que el bochorno se hacía notar desde primera hora de la mañana, y el resto, decidimos alquilar bicicletas (mucho más auténtico, ya que nos permitía parar dónde quisiéramos y disfrutar de los bosques al cobijo del sol abrasador, aunque a veces no quedaba otro remedio que probar de su fuerza), hasta completar los tres días que disfrutamos de este santo lugar. Lo primero que visitamos fue el templo de Bayon, que finalmente resultó ser el que más contemplamos y el que más alucinados nos dejó (cada día pasábamos delante de él, y no podíamos resistirnos a detenernos unos instantes para contemplarlo). En él te encontrabas innumerables caras de budas talladas sobre las piedras, que simulaban como si éstas estuvieran vivas y te mirasen, era totalmente surrealista. En algunos puntos se juntaban los budas tallados vestidos con telas, los inciensos, las ofrendas, el silencio, la paz armoniosa… que te trasportaban a otro tiempo en el que el templo estaba en activo, y te planteabas cómo sería la vida de los que allí habitaban.

Bayon

La vibración de las diosas

sobre cementerios de piedras

se mezcla con la naturaleza

en armonía silenciosa.

Las caricias del viento en las hojas,

la quietud de las ramas eternas,

el calor que se acumula, te quema

y te cuenta historias preciosas.

Musgos de colores pintan las rocas,

las curten en años, selectas,

en los tiempos en que eran perfectas

y jugaban con las mariposas.

Muchos de los templos están medio derruidos, con multitud de bloques de piedras apilados por todos lados, todo esto mezclado con el entorno natural, daba una extraña sensación, era cómo si tuvieran vida propia, como si nos estuvieran hablando. En muchos casos los árboles se entre metían por los muros y los techos de los templos formando parte de la propia estructura.

El sonido de la jungla hacía que esta sensación creciera aún más si cabe. Éste es el caso de Ta Prohm, el tempo de la Jungla como lo llamó el conductor del Tuktuk que allí nos llevó. Y no habría mejor nombre para describirlo. Los árboles nacen literalmente de entre las piedras y sobre ellas crecen y se desarrollan sus raíces. Inmensos árboles, e inmensas raíces. Lo más parecido que habíamos visto en nuestra vida era el templo que sale en el famoso “Libro de la selva”, y salimos de allí tarareando canciones de Mugly y Balu.

En otros templos, los colores de las piedras se tornaban en rosados o verdosos, por el pasar del tiempo o por el florecimiento de la vida entre sus poros. A saber. Las tallas sobre las piedras pasaban de las bellas Apsaras, que eran divinidades femeninas en multitud de diferentes poses, a las Nagas, míticas serpientes de siete cabezas, símbolos de protección que se encontraban en las puertas de casi todos los templos.

Había estatuas que representaban danzas y multitud de diferentes budas, muchos de ellos desafortunadamente con las cabezas cortadas debido a los saqueos de años atrás (tanto de los propios camboyanos como de países extranjeros).

En ocasiones los templos estaban constituidos en lo que nosotros coloquialmente llamábamos “puerta, puerta, puerta”, es decir, eran cuatro entradas de pasillos llenos de puertas que se unían en el punto central. En otras ocasiones tenían forma piramidal, lo cual suponía subir escarpadas escalinatas que a la bajada daban algún que otro sustillo. En uno de los templos tuvimos la suerte de toparnos con unas bailarinas vestidas con el traje típico ¿se puede pedir algo más?

Los paseos en bicicleta eran una verdadera maravilla, atravesando preciosos bosques de enormes árboles, parecía como si el tiempo transcurriera más lentamente, como si la vida fuera a otro ritmo. O también pasando por alguna de las puertas de los templos, con caras de budas dándonos la bienvenida o despidiéndonos a la salida, daba la sensación de no estar en la tierra, sino de haber volado hacia otra dimensión, otro mundo totalmente desconocido para nosotros.

Bosques de Angkor Wat

Los arboles guardan silencio,

quietud, calma, sosiego,

los latidos de sus corazones

a ritmo lento,

como si el tiempo

y sus convicciones

fuera, para ellos,

distintas que para el resto.

Los árboles guardan respeto,

meditan con sus ancestros,

enseñan a los jóvenes

a guardarse para sus adentros

los mensajes secretos

y las revelaciones

que les llegan del viento

y de los pájaros con sus canciones.

A la llegada a cualquier templo siempre te asediaban multitud de mujeres ofreciendo bebida, comida o cualquier tipo de cosa que vendieran (camisetas, fulares, libros, o extraños instrumentos musicales). La verdad es que muy poco hemos podido palpar de la actual Camboya, y de su cultura y forma de vida, ya que nuestra visita se ha reducido a un puro turisteo. Siendo algo poco habitual en nosotros, consideramos necesaria una breve incursión en una de las siete maravillas del mundo, dejando pendiente para otro viaje, el adentrarnos en este país que ha tenido muy dura historia. Para los que no lo sepan, en Camboya se produjo en los años 70 una de las mayores masacres de la historia de la humanidad, de la mano de Pol Pot, en la que se calcula que un cuarto de la población camboyana murió bajo lo que el régimen llamaba el “Enemigo oculto” (es decir, todo lo que no estuviera relacionado con el comunismo Maoista que practicaban: cualquier persona que supiera un idioma extranjero, cualquiera que hubiera tenido simplemente contacto con un extranjero, cantar determinadas canciones,… hasta los libros fueron quemados). Una situación de la que el país aún se está recuperando. Pero todo ello no podemos contarlo de primera mano, ya que lo que Siem Riep nos mostró y lo que en la actualidad es Camboya, tienen una larga distancia. La ciudad está totalmente orientada a la recepción de turistas que como nosotros vienen a visitar la maravilla de Angkor Wat.

Pero aún nos queda hablar del famoso Angkor Wat. Todos de los que hasta ahora os hemos hablado están en la zona Angkor, pero no son Angkor Wat. Quisimos ir a él a la puesta sol, y nos dejó a todos deslumbrados, ya que si el resto estaban medio derruidos, éste estaba en perfectas condiciones (aunque bajo mi punto de vista le quitaba algo de misterioso al lugar). Había un enorme estanque rodeando el templo completamente, y una única pasarela de entrada al mismo, como elementos de protección del majestuoso lugar. Nada más entrar, a ambos lados, unas pequeñas lagunas en las que las flores de loto brotaban. Tuvimos la suerte de ver como una mujer con al agua hasta el cuello recogía cuidadosamente cada uno de los capullos de las preciosas flores que posteriormente serán entregadas como ofrendas a buda.

Encantados con nuestra despedida del sudeste asiático nos dirigimos hacia nuestro próximo destino, Nepal, diciendo adiós también a nuestro amigo Antonio (él se dirige al sur…Malasia, Australia…). Estamos ya en la recta final de nuestro periplo, pero a pesar de ello, este nuevo país nos despierta el más puro y limpio instinto de descubrimiento, como si fuera el principio de nuestro viaje, como si las energías estuvieran en lo alto de la cúspide. Y es que en realidad es así, estamos con más ganas aún que el primer día, de descubrir este país tan mágico, y por supuesto, de que a través de nuestros ojos vosotros también podáis apreciarlo. Pero chicos, de nuevo todo esto será parte de otra historia.

Un fuerte abrazo a todos, y gracias por vuestros mensajes que nos llegan al corazón, y no hacen más que darnos aún más fuerzas.

Cris y Juanlu

Massaleros Vuelta al Mundo

domingo, 25 de octubre de 2009

Espíritus que se crecen en la lucha por el cambio

Hay muchas cosas que durante la estancia en Myanmar no hemos querido comentar por precaución, y creo que va siendo hora de comenzar. Para situarnos, Myanmar es un país que se encuentra bajo una dictadura militar desde que consiguió su independencia de la colonizadora Inglaterra en los años cuarenta. Desde entonces ha habido varios intentos de democratización, pero finalmente los militares nunca han soltado las riendas del poder, debido a que su partido nunca ha sido el ganador de dichas elecciones (incluso con las numerosas manipulaciones que ha habido). En primer lugar mataron a su adversario y dirigente del partido político que acababa de ganar las elecciones. Y años después, la hija del asesinado, Aung San Suu Kyi, volvió a ganar las elecciones siendo sentenciada a un arresto domiciliario que aún hoy en día sigue vigente (de los últimos 19 años ha pasado 13 bajo arresto domiciliario), pese a haber sido proclamada premio Nobel de la Paz en el año 19911. Mientras tanto los presos políticos se cuentan por miles en las desoladoras cárceles del país. Presos cuyas infracciones pueden ir desde haber hablado con un turista sobre temas políticos, a estar en posesión de un panfleto reivindicativo de una democratización del país (es por ello que valoramos tanto la valentía de los Moustang Brothers). Ante esta situación el año próximo, 2010, hay convocadas unas nuevas elecciones. Pero, ¿y cómo es posible si no hay libertad de expresión?

Se trata de uno de los países más ricos en recursos de toda Asia. Posee los más importantes yacimientos de oro y piedras preciosas como rubíes, topacios o el valioso diamante. Pero curiosamente no te ves los mercados de estas valiosas piedras dentro del país, sino fuera de sus fronteras, en concreto aquí en Tailandia, en Mae Sot, hay enormes tiendas que ofrecen tan suculenta mercancía. No contentos con ello tienen importantes yacimientos de gas y la mayor reserva petrolífera de Asia, donde está, entre otras, la empresa francesa Total, pese a que este país haga bloqueo a Myanmar, tiene gran parte del monopolio. Son uno de los mayores productores de madera de teka, mediante la deforestación de gran parte de la zona norte, manipulado por empresas chinas.

Otro tema interesante es el bloqueo de internet que el gobierno hace, de tal forma que no hay acceso a hotmail, google,… y no es posible tener un blog. Solo en aquellos ciber´s que crakean el sistema del gobierno es posible hacer algo. Y la razón no es más que porque desean bloquear la salida de información del país. De hecho para obtener la visa, ésta es imposible si dices que eres periodista, escritor o fotógrafo, y mucho menos si trabajas en organismos internacionales de cooperación. Y enlazamos con otra cosa, que no está permitida la entrada de capital proveniente de ayuda internacional. No hay cajeros automáticos porque fueron expulsados todos los bancos internacionales. Podríamos soltar muchísimos datos de este tipo que hemos ido recopilando, y que os pondrían a todos los pelos de punta.

Pero hay un dato de suma importancia que enlazará con la realidad que nos hemos encontrado en Mae Sot. Se trata de la etnia de los Karen, que se ubica cerca de la frontera con Tailandia (zona por supuesto prohibida para la entrada de turistas) y que durante muchísimos años le han plantado cara al opresor. Y aún hoy en día lo siguen haciendo. Muchos de ellos ante la imposibilidad de vivir en la zona, por los continuos ataques, deciden partir como emigrantes, o quizás como refugiados. Pero otros muchos se niegan a renunciar a su cultura, su lengua y sus montañas, y resisten dentro.

El mayor valor que tiene este país son sus gentes, o al menos eso es lo que nosotros pensamos y sentimos. Aún así antes de cualquiera se plantee visitar este país debe preguntarse cómo hacerlo de una forma responsable, ya que hay muchas cosas que debemos saber. Y es que gran parte de las infraestructuras que sustentan el turismo están manipuladas por el gobierno, tales como hoteles y compañías de transportes. Y ello quiere decir que gasto que hagas en las compañías será entrada de dólares para esta opresora dictadura, y en definitiva una forma de apoyo hacia la misma. También hay que tener en cuenta que la existencia de carreteras y aeropuertos en el país se deben al trabajo de miles de personas en condiciones de trabajos forzados y muy precarios. Con ello no queremos desalentar a nadie a conocer este maravilloso lugar, y a sus maravillosas gentes, si no que si se hace, debe hacerse con cabeza, yendo en transportes locales y evitando las compañías que pertenezcan al gobierno, para sustentar la economía de las pocas empresas birmanas que aún perviven ante tan desoladora situación. Por último, ir a hoteles familiares y comer en pequeños restaurantes locales también ayuda en todo esto.


Sonrisa Birmana


Una mirada a los ojos,

un tímido saludo

asintiendo la cabeza,

tendrás como respuesta,

en todos los casos, seguro,

una sonrisa del otro

de oreja a oreja.

Ya vayan en bici, en moto,

en lo alto de un camión, en burro,

o enganchados a la puerta

de una destartalada furgoneta,

dispondrán, al menos, de un segundo,

para mostrártelo todo

con la mayor de las simplezas.


Nosotros ya estamos fuera de país, pero aún seguimos sumergidos en su realidad. En una dura realidad de cerca de tres millones de personas que viven o bien como refugiados o como inmigrantes ilegales en su vecino país Tailandia (sin contar los que están en China o en Bangladesh). Estamos en Mae Sot, una pequeña ciudad fronteriza con Myanmar. En este lugar se concentran gran número de campos de refugiados y un importante número de los ilegales. Éstos son literalmente usados como mano de obra barata en la gran cantidad de fábricas internacionales (mayoritariamente chinas) que hay por los alrededores, o bien en campos de cultivo. Mientras sus hijos van a pequeñas escuelas también ilegales. Se considera que los afortunados son los que están dentro de los campos de refugiados, aunque que dura fortuna les toca asumir.

Pero empecemos por el principio. Llegamos a la ciudad con un nuevo compañero de viaje, nuestro amigo Antonio, que se sumó con nosotros a esta humana aventura. Nos reunimos con Thant quien nos distribuyó entre diferentes casas de locales birmanos, y nos asignó a cada uno a un colegio.

En mi caso la escuela se llama Farm-House School, lo que quiere decir Granja-Casa Escuela. Esto se debe a que la totalidad de los 70 niños que van a esta escuela viven en las inmediaciones, y para ser más concretos dentro de de los campos de arroz que hay justo detrás de la escuela. Los niños, que cuentan con edades entre los 5 hasta los 13, no pasan del grado 1, o lo que vendría a ser 1º de la ESO.

Mi misión era dar clases de inglés en las tres clases que había. La escuela está hecha de bambú sobre los propios arrozales y los mosquitos están presentes durante todo el día. No hay electricidad y la poca brisa que se permite el lujo de entrar por las ventanas no da abasto para eliminar el sofocante calor. Las paredes están adornadas de multitud de carteles de diferentes procedencias, que hacen las veces de adornos, de separadores entre clases y de murales de enseñanzas. No existen las mesas ni las sillas, tan sólo hay unos taburetes que son usados a modo de mesas.

La escuela estaba siendo financiada por un organismo internacional que le suplía la comida, el material y el salario para los profesores, pero desde el pasado mes de Agosto, ésta canceló su compromiso con la misma, por lo que en la actualidad los profesores no reciben salario alguno por el trabajo realizado. Los colores, tijeras, tizas o cualquier otro utensilio escolar son gestionados por los maestros, y tremendamente cuidados por los niños. Los más pequeños tienen un libro que adoran, y que la maestra les lee cada día al final del almuerzo. Se trata de un libro que en realidad está escrito en japonés y que tiene pegatinas pegadas con la traducción a birmano. Podría no parar de contar miles de detalles tales como que hay alumnos que se traen a sus hermanos pequeños de un año y que están cuidando de ellos mientras atienden a las lecciones y hacen las tareas.

El primer día el director de la escuela me dio una pequeña charla en la que me puso en antecedentes sobre cuál era la situación de los niños, y lo complicado que en ocasiones suponía la asistencia de los mismos a la escuela. Lo que hacen es suministrar el almuerzo y de esa forma instan a los padres a que asistan, ya que es un alimento menos que tiene estos que suministrar. También luchan desde la escuela contra el tráfico ilegal de personas, ya que muchos niños son vendidos por 2.000bt (40€) para el mercado sexual en Bangkok. Me invitó a visitar algunas de las familias tras terminar las clases, a lo que acepté encantada, ya que con ello conseguiría una visión más global sobre las condiciones de vida de los críos.

En las primeras horas ya fui consciente de lo complicado que iban a resultar mis clases, y es que contamos con los siguientes hándicaps. Los niños aprenden tres abecedarios, el tailandés, el birmano y el anglosajón. Al tratarse de niños tan pequeños el nivel es muy bajo, y lo poco que saben de inglés es gracias a las canciones que aprenden. El idioma que hablan es el Birmano, del cual no me saques de hola, gracias, bien hecho y adiós. Total que no sabía cómo hacerme entender en muchísimas de las ocasiones. Así que esa noche quise prepararme a conciencia para el día siguiente, y con los sabios consejos de una maestra en el arte de enseñar, mi madre, me dirigí motivada y feliz los siguientes días.

Esa tarde la visita a las familias de los niños me dejó con la boca abierta. Para llegar tuvimos que atravesar literalmente los campos de arrozales, con el barro hasta las rodillas y los pies sumergidos en un fango pringoso. Dos niños me cogían de las manos para que no me resbalara y por tanto mi cara no podía mostrar lo que realmente sentía, sino que una enorme sonrisa salía de mis labios, acompañada de canciones que tarareaban los críos.

Por fin llegamos a esa hilera de 10 casas de madera tan pequeñas que en total no serian más de 25 metros cuadrados por vivienda. En cada una de ellas vivían varias familias. Bajo las escalinatas de cada una de las casas se amontonaban las basuras con el barro y con desechos que no quiero ni pensar de dónde venían, y el hedor que desprendían me hacía pensar que no iba a aguantar mucho en aquel lugar. Afortunadamente el ser humano tiene una importante capacidad de abstracción y los juegos con los críos hicieron que el tiempo se pasara rápido. En concreto, jugué al elástico, de fabricación casera, es decir, estaba hecho con decenas de gomitas anudadas. No paraban de partirse, y ellos, de hacer nuevos nuditos.

Al día siguiente y los sucesivos, ya que cada día di clase en uno de los niveles, el juego de las manos, que vino de mi madre, hizo furor. Los más pequeños no dejan de mostrar caras de sorpresa cuando tras poner sus manitas en una hoja de papel en blanco, y hacer la silueta con un lápiz, al levantar la misma, salía el dibujo que antes no estaba. Sus caritas de felicidad no tenían desperdicio, y cada una de sus sonrisas era un regalo para el que las recibía.

Entre las experiencias que nos contó Antonio cabe destacar una muy curiosa. Un día al llegar a la clase, él enseñaba programas de ordenadores en una escuela de críos de entre 9 y 13 de edad, éstos no habían hecho los deberes ni repasado lo aprendido el día anterior. Total, que les dio unos minutos para que repasaran y continuar con la lección, pero antes quiso enseñarles algo. Entonces dibujó en la pizarra un mapa de EEUU, de Europa, Japón, Tailandia y Myanmar. Y puso en los tres primeros “Easy” (fácil), en Tailandia “Medium” (medio) y en Myanmar “Difficult”, y les comentó que ellos por venir de un país como el suyo tenían que estudiar aún más que los otros pues sus condiciones son más complicadas. Los críos tenían los ojos brillantes al pronunciar Antonio estas palabras. Y éste, al darse la vuelta y contemplar el dibujo, se hizo consciente de que lo que les acababa de enseñar a esos niños era el mundo es injusto, y que a ellos les tocaba vivirlo de forma más dura que al resto. Y es que si de algo te das cuenta con estas cosas es una frase que también saco de mi madre, y es que “la primera tarea de la educación es enseñar a ver el mundo tal cual es”.

Juanlu iba a dos escuelas, en una, por la mañana, daba inglés a chicos entre 16 y 18 años y por las tardes, en la otra, jugaba con niños más pequeños a los dos únicos juegos que tenían, una mesa de ping-pong, donde se pasaban horas y horas, y una pelota hecha a base de bambú.

Lo que esos niños le transmitieron fue mucho más de lo que él pudo enseñarles. El interés, la ilusión, las ganas de aprender, de conocer, de mejorar su inglés, el respeto hacia el “teacher”, el agradecimiento constante de que un extranjero estuviera en su colegio enseñándoles (no sólo inglés, sino también cómo es el otro mundo del cual conocen más bien poco), todos esos valores que se están olvidando vibraban en cada una de sus clases y también fuera de ellas. Tenía a más de 70 chicos y chicas (con niveles muy distintos) con lo cual se tiraba un buen rato preparando lo que iba a enseñarles al día siguiente (la parte del profesor que no suele verse). También, al terminar las clases, se pasaba largos ratos hablando con algunos de ellos, conociendo un poco más cómo eran sus vidas, y explicándole cómo era la suya. El intercambio fue realmente maravilloso.

Para despedirse, y debido a que la escuela era cristiana bautista, le ofrecieron una plegaria y una oración para él, su novia (o sea yo) y toda su familia, para que tuviera suerte en su viaje, su trabajo, su vida… y para que volviese algún día a verlos.

Colegios de refugiados


Casas que viven entre arrozales

y el hedor de los desechos,

niños que vuelven del colegio

entre el fango y el acecho

de quienes quieren secuestrarles.


Un oasis nacido en medio

de la pobreza y los desastres,

un pueblo, los Karen,

sin opciones, obligado, emigrante,

hacia un futuro más bien incierto.


Los colores de los estudiantes

irrumpen entre tanto desconcierto

rellenan con magia los huecos

del jardín de los deseos,

le pintan alas al guardián del hambre.


En ebullición constante,

los críos y sus lapiceros,

en la escuela de paredes abiertas al cielo,

dibujan un mundo sincero

donde amor y alegria son fieles amantes.


Mientras tanto, en este pueblo coincidimos con multitud de gente que por diferentes motivos y con diferentes organizaciones estaban como voluntarios o como trabajadores en cooperación. Entre ellos tenemos que destacar a Javier, un chico del Puerto Sata María que se convirtió en uno de esos regalos que la vida te presenta justo en el momento apropiado. Resulta que practica yoga, y todas las tardes nos hacía una sesión de Chi Kung y otra de yoga Tibetano, llamado también el yoga del corazón. Las sesiones que hacíamos se llamaban “Dar y recibir” y no tengo palabras para describir la belleza de estas meditaciones, ni capacidad para describir las sensaciones experimentadas cuando nos reuníamos para las mismas. Era muy curioso, ya que estábamos normalmente tres coreanos y cuatro españoles, en Tailandia practicando Yoga Tibetano.

Un conocido del lugar me ofreció la posibilidad de visitar uno de los campos de refugiados, ocasión que no quise rechazar ya que es muy complicado conseguir los permisos y no podíamos perdernos tal oportunidad que se nos brindaba. Nos dirigimos al Campo de refugiados llamado Mae Lan, que es el más antiguo de todo Tailandia, más de 20 años, y el que mayor número de personas da cobijo en total a unas 40.000. Llegando allí nos explicó cómo era el mecanismo en el campo. No todo el mundo está registrado como refugiado, por tanto, no se sabe exactamente el número de personas que allí residen. En teoría no se puede salir del campo, pero con el pago de una “tasa” a los policías, las personas entran y salen asiduamente de los mismos para conseguir trabajo en los alrededores. Nosotros finalmente no entramos por la entrada oficial, si no por una puerta trasera en la que nadie nos paró para identificarnos, donde pudimos introducir cámaras de fotos (que en teoría están prohibidas, pero que por respecto tampoco quisimos sacarla), y mira que se nos nota que no somos uno de ellos. Y es que no había ningún tipo de control en esta puerta no oficial del recinto (recinto por llamarlo de alguna manera ya que tan sólo consistía en un endeble vallado).

Una vez dentro, aquello era un poblado Birmano dentro Tailandia (con casas de bambú, luz eléctrica e incluso algo hecho en canalizaciones de agua, más de lo que vimos en algunos poblados de Birmania), con mercados, peluquerías e incluso “play-station” en algunas de las casas. Con todo ello no digo que la gente no tenga derecho a todas estas cosas, pero que la imagen que al menos yo tenía de lo que sería un campo de refugiados no coincidía en nada con lo que observamos. Todo ello no elimina la dureza de vivir allí, donde nos cuentan cómo los propios policías secuestran a los niños que son vendidos en el mercado del tráfico de órganos, o para el mercado sexual en Bangkok. Cosas que uno cree que no existen en el mundo que vivimos pero que son tan reales como real es el campo en el que estuvimos. O como son saqueados los graneros de arroz de los organismos internacionales, según se cree también por la policía. Y es que aquí, al igual que en todo el mundo, existe mucha corrupción. La visita fue corta pero intensa, y es que uno no para de aprender a cada paso que da.

Como despedida de este lugar y esta experiencia hemos querido sumarnos al movimiento de 350, por el cambio climático, haciendo una sesión de Yoga en uno de los templos de la ciudad. Los monjes nos dejaron para el evento, el templo principal, y Javier se prestó como guía de la sesión. todo un privilegio. A esta sesión se nos unió Wai Minn, el director del colegio y Laura, que colabora con la escuela en la que estuve trabajando y que trabaja en Bangkok con el organismo de las Naciones Unidas para los inmigrantes.

El tiempo se nos ha pasado volando, y ya nos toca la despedida de Birmania y de sus gentes. Pero esto no es adiós, sino un hasta pronto. A este pueblo que tanto ha sufrido, pero que no ha perdido la esperanza, no podemos darle la espalda, y es por ello que el año que viene, que puede ser un momento decisivo para el país, debemos apoyar entre todos el necesario cambio que esta gente ansía. Y nosotros volvemos a coger rumbo con destino hacia los templos de Ankor Wat en Cambodia, pero chicos de nuevo esto será parte de otra historia.

Un besazo a todos.


Cris y Juanlu

Massaleros Vuelta al Mundo