Y es que nada más aterrizar en Yangón, su capital, hubo multitud de cosas que no nos terminaban de encajar. ¿Dónde estábamos? ¿Cómo es realmente Birmania (o como ahora es llamada Myanmar)? Al subirnos a un taxi destartalado, con Pepa, una chica chilena que conocimos en la cola de inmigración, las cosas comenzaban a no cuadrar. El conductor se ubicaba en el lado de la derecha, y conducía igualmente por la derecha, como hacemos nosotros. Observando al resto de vehículos, igualmente destartalados, nos dimos cuenta de que resultaba ser así, algo totalmente nuevo y no visto en ninguno de los países hasta ahora visitados. Este insignificante detalle se convierte en un peligro cuando los autobuses paran en mitad de los podríamos llamar carretera y te tienes que bajar por el lado en el que esta la circulación.
Nuestro primer objetivo, tras un rato de descanso, fue conseguir un buen cambio de dólares o euros a Kyats, la moneda local (el taxi lo pagamos en dólares). Ya en el aeropuerto habíamos preguntado por el cambio, en un lugar que tenía un cartel en el que ponía “Oficina de cambio oficial” y en el que nos ofrecían 450 kyats por cada dólar. Pero en realidad, ya nos habían avisado de que no lo hiciéramos allí, pues en el mercado negro se puede llegar a obtener hasta 1100 kyats por cada dólar. Total que nos ponemos a deambular por las calles hasta que encontramos a un señor que nos daba mala espina y que nos ofrecía el tipo cambio deseado y que nos llevaba, a la decía, era su casa. Una vez allí, sentados, acomodados, con una señora, un crío y otros dos chicos viendo un partido de futbol de la liga birmana, comienza todo el lio. Que si la serie del billete no es la buena, que si con un billete de menos de 100 dólares el tipo de cambio baja a 1050, que si el billete está estropeado. Total que terminamos cambiando euros, y cuando nos da los billetes alucinamos. Cambiamos un total de 400 euros y nos a contar 600.000 Kyats (el cambio a 1500 kyats el euro) en billetes de 1000, por tanto, contamos 6 mazacotes de 100 billetes cada uno. Parecíamos millonarios. Encima nos da billetes de tamaños diferentes, desconfiados, Juanlu fue a comprar una botella de agua para verificar que servían ambos billetes y en efecto fue así. Misión cumplida, y ahora íbamos con la mochila cargadita de fajos de billetes, todo un suculento festín.
Una vez relajados y con dinero como para poder comer algo, sentados en los puestecitos de la calle, comenzamos a observar lo que esta extraña ciudad nos ofrecía. Caras de la India y Paquistán se entremezclaban con los achinados rasgos birmanos. Las mezquitas iluminadas con sus mejores luces, por el final del ramadán, que justo coincidía con ese día, junto a pagodas doradas budistas.
El fin del ramadán suponía que en cuanto se puso el sol las calles fueron literalmente invadidas por la gente (ya que hay más de un millón y medio de musulmanes en la ciudad de Yangón) que en cualquier puesto callejero se juntaban, comían y charlaban. Los puestecitos estaban situados en cualquier punto de las aceras, con pequeños taburetes que invitaban a sentarse y a relajarse viendo el ir y venir de las gentes. Las fachadas de los edificios, totalmente ennegrecidas por el pasar de los años, daban una total sensación de decadencia.
Yangon
Multiculturalidad
reunida en una frágil cordialidad.
Del shari hinduista
siempre tan colorista,
a la sonrisa del musulmán
en su último día de ramadán.
De la estrella de David judía
a las blancas cruces de la cristiandad,
a la serenidad altruista
en los ojos del budista.
En aparente armonía,
Que cinco religiones coexistan
en aparente normalidad,
uno ya no sabe qué pensar:
“la vida es pura filosofía,
el respeto hacia los demás
la fuente de la sabiduría”.
También comenzamos a observar algo que desde ese momento se convirtió en habitual en las gentes de este país. Se trata del “Tanaka”. Consiste en realidad en un maquillaje, que es usado a modo de mascarilla, y que según cuenta posee multitud de propiedades curativas para la piel. Las mujeres, niños y niñas lo usan y con ello se decoran con multitud de formas diferentes sus caras. Los hombres por otro lado usan faldas, largas hasta los tobillos llamadas “longis”. Son unas telas en forma de tubo que enrollan y convierten en la prenda de vestir más usada (de hecho a penas ves a hombres con pantalones).
Las gentes nos observaban con la misma curiosidad con la que nosotros los observábamos a ellos, y es que no hay muchos, por no decir que apenas hay turistas en este país. Y al mirarnos una enorme sonrisa siempre sale de sus bocas enseñando una blanquísima dentadura en ocasiones y unos mugrientos dientes coloreados en naranja en otras. Y es que de nuevo nos encontramos a gente con sus bocas teñidas de rojo y naranja por el uso del “koya”. Un ungüento hecho a base hojas, raíces y una pasta blanquecina, que es usado como estimulante y elimina el hambre (ya nos lo habíamos encontrado con algo parecido en Indonesia). La diferencia es que aquí lo hemos visto usar hasta por niños, cosa que no es para nada buena pues tiñe de naranja su boca y va pudriendo sus dientes (y eso es sólo lo que percibimos, que no sabemos qué hará por dentro).
Por último quisimos verificar como era esto de la conexión a internet, ya que según nos habían contado, aparte de ser lenta, resultaba prácticamente imposible conectarse a hotmail ni al blogspot (y eso suponía no poder estar en contacto con nadie desde que entraremos en el país). La razón de tanto problema no es que las conexiones sean por aquí sean malas, que también lo son, si no por un tema que ya explicaremos. Buenas noticias ya que supone que podemos actualizar.
Proseguimos con nuestras incursiones por Yangon yendo hacia Shwe Dagon, el templo principal de la ciudad, y uno de los más importantes de la cultura budista. De hecho según pudimos comprobar multitud de gente peregrina al país tan sólo para visitar la majestuosa pagoda dorada, recubierta en su cúspide con oro macizo, piedras preciosas y verdaderos pedruscos de diamantes. Tras subir por unas escalinatas (previamente nos hemos tenido que descalzar), en las que a ambos lados puedes comprar cualquier tipo de ofrenda, llegas a la entrada donde a los turistas se les cobra. Ahí fue donde también nos sorprendió un detalle curioso, costaba 5$, ya que los precios siempre te los ponen en dólares y luego te aplica el cambio si das a pagar en la moneda local, y el cambio que aplica no es el de 450Kyats, que es el que te ofrecen en los lugares de cambio oficial, si no que te aplican el cambio de 1.100, que es el más alto que puedes encontrar en el mercado negro. Curioso no es así. Desde aquí entras en lo que es el templo. Algo verdaderamente impresionante.
Consiste en una gran pagoda central rodeada de cientos de pequeñas pagodas doradas y de imágenes de buda. Haciendo un círculo a su alrededor, con el suelo de mármol, diferentes edificios con budas en diferentes posturas. Las gentes camina dando vueltas alrededor de la pagoda y se arrodillan a orar en cualquier punto del lugar. Hay desde monjes a familias enteras con los niños. Estos últimos van libremente por el recinto, corriendo y riendo. Totalmente al aire libre, es algo alucinante.
Cada vez que me ponía a hacer fotos y me daba la vuelta alguien había parado a Juanlu y le preguntaba de dónde era, dando lugar al comienzo de una conversación que se alargaría hasta donde el inglés de la persona le permitiera. Un pasote, ya que no sólo el sitio era precioso, sino que las personas te hacían sentir como en casa (nos recordó en mucho pequeños detalles al templo dorado de Amristar, en la India). Uno de los señores que conocimos nos mostró cómo si nos posicionábamos en determinados puntos de la pagoda podíamos observar los reflejos de los siete colores de los diamantes.
Shwe Dagon
Como un sol emergiendo de la tierra,
resplandeciente,
proyectándose hacia un cielo
que lo mira hipnotizado,
de un azul añil a un negro
se muda reluciente,
como fondo de un mágico decorado
nunca visto en el planeta.
Un diamante que refleja,
incandescente,
el arco iris del deseo
en su vértice colocado,
absorbe el reflejo
de miles de mentes,
de fieles que rezan sentados
entre inciensos y luces de vela.
Dispuestos a introducirnos en la profunda Birmania decidimos dirigirnos hacia Kalaw, un pequeño pueblecito en las montañas desde donde podríamos hacer algún trekking hacia pequeñas comunidades. Nos llevó un autobús, de no sabemos qué año, en el que pasamos más de 12 horas, siendo los únicos turistas y con todas las mochilas bajo nuestros pies, ya que también trasportaban todo tipo de mercancías y no había espacio en el maletero (todo el tiempo ponían videos musicales con lo que nos quedábamos alucinados por su “increíble” puesta en escena y los bailes de sus intérpretes). Nos habían dicho que las carretas de este país eran malísimas, pero nada más comenzar íbamos por una autopista prácticamente solos, y para nuestros adentros pensamos: “Éstos no saben lo que son carretas malas”. Pero sí que lo saben, y es que en cuanto se acabo la autopista no dabas crédito de la carreta, con cientos de socavones. El bus estaba previsto que llegara a eso de las 5 de la mañana pero finalmente llego a las 2. Así que nos vimos en mitad de vete tú a saber dónde, pensando a dónde vamos, cuando aparece una chica corriendo, en lo que podría ser una bata y empieza a preguntarnos que si teníamos hotel. Resultaba ser una guía a la que alguien había avisado al ver bajarse dos turistas del autobús. Ella nos llevó a un Hostel que estaba muy bien (por lo menos era limpio y barato) y a la mañana siguiente ya nos estaba ofreciendo el trekking.
Pasamos el día visitando una gruta en la que había cientos de imágenes de budas, y de nuevo pagodas, que ella misma nos indicó, alucinando en el camino con las gentes de la localidad, y lo bello del paraje de montaña en el que nos encontrábamos. Y es que por fin era monte y no selva lo que teníamos ante nosotros, con pinos y un frescor que ya echábamos de menos (que bueno eso de taparte con la mantita).
Por la tarde Tutu, nuestra guía, nos cambió los planes y es que el festival del lago Inle era justo en dos días y si hacíamos el trekking nos lo íbamos a perder (fijaros en la honestidad de estas gentes), así que nos devolvió el dinero que le habíamos entregado previamente y nos ofreció partir al día siguiente hacia el lago en un autobús local. Nosotros no dábamos crédito, y encantados aceptamos.
Para despedirnos del pueblo nos fuimos a dar una vueltecita a ver que nos encontrábamos y como hipnotizados por el sonido de una guitarra terminamos en un bareto de lo más peculiar. Al estilo de barra americana, en un rectángulo que apenas cabían las sillas alrededor de la barra, con las paredes sin terminar y con una iluminación rosada. En él se encontraban no más de 15 hombres de diferentes edades que al sonar de la guitarra, todos a coro cantaban las canciones famosas del país. Para nuestra sorpresa tras un rato allí, y con la gente venga a intentar hablar con nosotros, nos explicaron que cada 24 de cada mes donaban lo que recaudaban entre todos ellos a un hospital de la zona (nos enseñaron los papeles de las entregas a dicho hospital) para medicinas de la gente pobre, y es que en este país la sanidad no es ni mucho menos pública. Al día siguiente, era 24, y nos ofrecieron ir con ellos a hacer la entrega del bote de ese mes, pero con toda nuestra pena tuvimos que decirles que no, ya que teníamos el autobús por la mañana. Fue un grato momento y una grata sorpresa ver el movimiento social que hay entre las gentes de los pueblos, que no tienen tampoco mucho, y dan todo lo que pueden y más (por supuesto nosotros colaboramos).
Total, que alucinados, encantados y con ganas de mucho más, proseguimos en nuestro peregrinaje por este país, que pese a su pobreza económica, es rica en valores y en sonrisas, pero como siempre chicos eso será ya parte de otra historia.
Mil besos a todos.
Cris y Juanlu
Massaleros Vuelta al Mundo