viernes, 31 de julio de 2009

Indonesia a ritmo de Sumba

Bueno, de ritmo poco. Resulta que en esta isla, la más insólita de todas en las que hemos estado, encontramos una tranquilidad no muy habitual en nosotros. Éramos felices con nuestra motillo alquilada, recorriendo esas carreterillas, que en algunos momentos eran un infierno ya que los baches la hacían intransitable. Establecimos el campamento base en Waikababuk, desde donde cada día partíamos hacia diferentes puntos y de esta forma fuimos desentrañando lo que este lugar tenía en sus adentros.


Multitud de pequeñas comunidades con esos techos tan peculiares hechos de “paja”, y esas “piletas” de piedra que encontrabas en el centro a modo de altar de sacrificio, pero sin serlo. En las casas más avanzadas el material del techo comenzaba a ser sustituido por una especie de hojalata, dando un toque menos auténtico, desde nuestro punto de vista, pero seguro más confortable y duradero para el punto de vista de los que usan, que al final es el que cuenta. Y es que esto, aun que tenga su lado positivo también tiene uno negativo, a parte del estético, pues la gente cada cierto tiempo debía cambiarlos, y para ello se ayudan dando lugar a fuertes lazos de unión entre los vecinos, ya que los unos dependen de los otros. Y con este tipo de avance, estos lazos se hacen cada vez menos necesarios, llegando a ser inexistentes al final, rompiendo así parte de la cultura del lugar. Pero señores esto es el desarrollo tan amado por todos, o no?



La frase que mas oíamos era el “Hello Mister”. Los niños no paraban de saludarnos cada vez que atravesábamos cualquier pueblito, o en cuanto nos parábamos para echar gasolina. Mujeres lavando la ropa a la vera de los ríos, valles cubiertos de arrozales, trabajados y moldeados por el hombre (en el sentido genérico, ya que más bien había mujeres trabajando en los campos de arroz, los hombres dirigían pero el trabajo duro era de las mujeres) y pescadores mirando al mar, así es Sumba. Los pueblos no están cerca del mar (en esta zona es habitual la aparición de sunamis) pero te ves muchos pescadores en las numerosas y desiertas playas.



Una de ellas, Pantai Rua, la buscábamos durante largo rato preguntando a la gente y por fin, tras caminos inimaginables llegamos a un punto desde donde la divisábamos, pero entre ella y nosotros teníamos enormes campos de arroz. Viendo que la carretera lejos de dirigirse hacia ella nos alejaba, decidimos aparcar la moto e intentan cruzar el campo de arroz para llegar a la playa. Así nos pusimos a caminar por donde las aguas canalizadas pero no hacíamos más que rodear el arrozal. Cogimos por un lateral y llegamos a unos palmerales húmedos totalmente imposibles de atravesar. Por fin nos encontramos con unos trabajadores, pero la impotencia que sentimos de no saber cómo comunicarnos recorría cada uno de nuestros poros. Y es que les decíamos Playa Rua y ellos señalaban la playa, y nosotros con señas tratábamos de explicar que queríamos estar allí. Pero parecían no enterarse. Uno de ellos al ver lo perdidos que estábamos nos acompañó, nos hizo de guía, teniendo que cruzar un río hasta la ansiada playa. Preciosa, virgen, con palmeras, arena blanca y nosotros, nada más. Luego nos dimos cuenta que más adelante había un camino que llegaba hasta la mismísima orilla. Por ese mismo camino había una fundación que trataba el tema de la malaria, que arrasa en esta zona. Trabajan tanto el lado de la prevención, mediante la educación, nada de fármacos (es decir, evita que te piquen los mosquitos, allí donde te acribillan los mosquitos) y en tratamiento una vez que des los síntomas, lo cual sí que es un alivio para los de la zona, seguro.


Pantai Rua. Sumba

Pequeñas esferas perfectas,
espectros multicolores,
modeladas por vientos y mareas
y los mimos y caricias de sus roces.

Restos de conchas y piedras
teñidos a blancos y cremas,
los rojos de corales hacen sombra
en las aguas azul turquesa.

Las barcas de los pescadores
se pierden en el horizonte,
dibujando sus velas
la ilusión en sus corazones.


De nuevo tuvimos que atravesar el campo de arrozales, con búfalos por todos lados que nos miraban con cara de pocos amigos, y al llegar a nuestra moto, algo realmente insólito, nos había ocurrido. Nos habían robado el casco. Es la primera vez en los seis meses que llevamos de viaje que nos han robado algo, y jamás pensamos que pudiera ser en Indonesia. Pero bueno, teniendo en cuenta que un casco nos salió por algo menos de 5€, la verdad es que tampoco fue para tanto.


Muy pocos, por no decir que casi ningún turista, estaban por el lugar. En donde nos hospedábamos teníamos algún surfista buscando las olas perdidas de paraísos sin explorar. Un tipo de viajero con el que hasta ahora no nos habíamos encontrado, los surferos. Fueron protagonistas de nuestras entrevistas, y es que es sorprendente que no duden, ni que añadan nada más, en cuanto le preguntas cuál es tu motivo para viajar, la respuesta es rotunda: surfear.


Cascadas y playas repletas de conchas que nos hacían disfrutar, y en cuanto la noche llegaba no te podías plantear hacer nada de nada. Nos hemos hinchado de ver pelis que teníamos grabadas en el ordenador.


Sansara

¿Cómo prever
que una gota de agua
no se evapore nunca?
Difícil pregunta
ha de tener
respuesta sencilla y savia.
Introdúcela
en el océano.
La vida prosigue,
nunca se para.
En una piedra
de las aguas oscuras,
viven juntas,
pregunta y respuesta,
respuesta y pregunta.


En toda Indonesia hay un medio de transporte llamado “meno” que consiste en una furgoneta que va parando en cualquier sitio, y que nunca para el motor, recogiendo y soltando a gente, y cobrando según el trayecto que recorras. Hasta ese punto no tiene nada de raro. Lo que lo hace peculiar es la música, que la ponen a todo volumen, y que por muy cutre que sea, siempre tiene unos pedazos de altavoces que hacen del viaje un trayecto insoportable.


Para conectarnos a internet tan sólo había un lugar en el pueblo, y ninguno más en los alrededores. Allí donde estaba una antena de repetición, en la base, había una pequeña sala con dos ordenadores que se conectaban por móvil, y con un ritmo lento, no, lentísimos, podías conectarte al mundo cibernético. Al menos había internet ya que en el resto de la isla no sé si habría esta opción, pero teniendo en cuenta que una vez que salías del pueblo no existían ni puestos callejeros para comida, y que por tanto siempre que salimos a recorrer caminos teníamos que llevarnos comida porque sino no comíamos nada, no creo que hubiera ningún sitio con un ordenador, o al menos nosotros no lo vimos. Para salir de la isla hacia Bali fuimos en avión, el aeropuerto consistía en un pequeño edificio con una sala de espera. El único avión que volaba, por supuesto no era a diario, sino tres veces por semana, que ya era mucho, aterrizaba y no apagaba el motor. Bajaban algunas personas, otras como nosotros se subían y volvía a despegar. El piloto abría su ventanilla y se ponía a hablar con la gente de tierra. Vamos que menos por la música podíamos decir que se trataba de un “meno” que volaba.


Llegamos a Bali para encontrarnos con Iker, al que teníamos muchas ganas de ver. Nos había mandado un correo diciéndonos que estaba en la playa de Balangan. A nuestra llegada intentamos llamarlo al móvil pero nos dio fuera de cobertura. Así que nos montamos en un taxi para que nos llevara a esa playa sin tener muy claro como lo encontraríamos. En realidad ni siquiera sabíamos si íbamos al sitio correcto, y es que no apuntamos el nombre de la playa y tan sólo sabíamos que era “balan” y algo más, y fuimos a lo más parecido que vimos. Conforme el taxista avanzaba la duda nos llenaba más y más la cabeza. Nos dejó en una calle sin asfaltar, en medio de la oscuridad, en la que había tres pequeños lugares. Afortunadamente a la primera persona que preguntamos por un español llamado Iker, en seguida nos dijo “¿de pelos rizados?”…ya lo habíamos encontrado. Nos indicó que bajáramos a la playa, y con linterna en mano, ya que no había luz, llegamos a un chiringuito en el que tras preguntar al dueño nos dijo que efectivamente Iker estaba allí hospedado.


Era un precioso chiringuito, hecho de madera, en primera línea de playa. Las habitaciones, que consistían en un colchón tirado en el suelo y una mosquitera, eran el lugar perfecto para nuestra despedida de Indonesia. Es buenísimo encontrarnos de nuevo con él, ya va la segunda vez en el viaje, ya que también coincidimos en Buenos Aires.


A la mañana siguiente nos animó a meternos en el agua y probar a coger unas olas. Yo lo único que cogí en este caso fueron agujetas en los brazos. Juanlu sí consiguió surfear una olita de verdad, y no espumilla, ole ese campeón! La historia es que el arrecife estaba justo bajo nuestros pies, y tenias que nadar y nadar, y nadar. Uff esto de surfear cansa y mucho.


Justo delante del chiringuito había un rompiente de olas perfectas, con esos tubos tan hermosos, hacían de imán para los surfistas que no paraban de entrar en el agua desde las 7 de la mañana. A media tarde, al bajar la marea, se descubría el maravilloso arrecife, abriéndote camino hacia las playas cercanas. Superbonito, y compartirlo con lindas conversaciones con Iker lo hacían aún más especial.



También nos fuimos hacia Ulu Watu, lugar mítico surfero, donde las bellas olas hacían que los surfista pudieran deleitarse constantemente. De ahí hacia Pura Luhur, un pequeño templo que se halla sobre un enorme acantilado. Las olas rompen a un ritmo lento pero constante contra la majestuosa piedra. Tierra, agua, aire y el fuego del sol poniéndose antes nuestros ojos. Te quedabas hipnotizado observado el ir y venir de las ondas del mar, y como éstas al llegar a los arrecifes se convertían en olas perfectas, con tubos cristalinos para finalmente terminar en una espuma que se difuminaba sobre el negro de la roca volcánica. Una foto jamás podrá captar la belleza del majestuoso movimiento de la naturaleza en armonía. Y en lo alto, justo en la punta, un pequeño templo, una pagoda, que daba un toque espiritual al lugar. Sumarle a ello un sinfín de monos que merodeaban tratando de quitarte algo en el despiste que producía tan bello lugar.


Una noche de marcha fue la despedida que tuvimos en Kuta. Y de aquí para Bangkok. Volver de nuevo a esta ciudad me provoca un doble sentimiento. Por un lado la nostalgia de los momentos vividos aquí, que fueron muy emocionantes por tratarse del primer gran viaje que hice en mi vida. Y por otro el ver como todo esto, pese a seguir siendo igual, a la vez ha cambiado. No sé si el que vengamos de un largo recorrido es el motivo. Pero chicos lo que consigamos descubrir en Bangkok será ya parte de otra historia.

Un besazo enorme.

Cris y Juanlu
Massaleros Vuelta al Mundo.

viernes, 24 de julio de 2009

Profunda Indonesia

Aunque hayamos disfrutado de los mil y un encantos que puede brindarnos este maravilloso país, aún no habíamos conocido mucho sobre su cultura. No nos habíamos sumergido en lo profundo de Indonesia, y ese era nuestro objetivo en la remota isla de Flores. Pero jamás imaginamos que el regalo que ésta nos haría sería tan especial como resultó serlo. Nos dirigimos con nuestros nuevos compañeros, Eric y Jean Christophe, hacia Bajawa, conocido por la gran cantidad de comunidades indígenas que hay en sus alrededores, al que llegamos tras muchas horas de terribles carreteras, de subidas y bajadas cruzando inmensos bosques de bambú y palmeras (lo de las carretas en la isla de flores era algo de locura).


Este pequeño pueblo nos sorprendió con un maravilloso mercado en el que se vendían frutas y verduras curiosamente colocadas en un orden que nos llamaba enormemente la atención. Este estaba abierto hasta por la noche en el que a luz de pequeñas lámparas de queroseno podías aún distinguir los preciados productos de los alrededores. Entre ellos estaba la gran protagonista, la guindilla, que es usada en todas las comidas de este país, y es que adoran el picante. Las mujeres, que son las que están en cada uno de los puestos, mastican unos ungüentos, llamados “siripinang”, que les colorean los dientes con un rojizo intenso. Este resulta de la mezcla de unas raíces con unas hojas y un producto blanco, que según luego nos enteramos es cal. Todo un químico que alegra las mentes de las mujeres de la zona. Por el contrario apenas ves hombres que los usen, ellos son fumadores. Y es que si hay un país en el que se fume tabaco este es Indonesia. Pero no lo fuman las mujeres, de hecho ellas se extrañan de verme a mí, una mujer, fumando. Y a mí me sorprende el color de su dentadura.


Pasar Bajawa

La cálida luz de candiles y velas
iluminan el mercado de Bajawa,
generosos productos de la tierra
apilados y ordenados alrededor de sus llamas.

El rojo de los tomates se mezcla
con el que sus bocas mascan,
decenas de diferentes hierbas
y el picante para sus salsas.

Como venidos de la Edad Media,
los tenderetes, una maraña,
de vidas que se enredan
y sueños que se matan.


Fue aquí donde conocimos a William, el que sería nuestro guía durante dos días. Nos recogieron por la mañana en unas motos, en las que nos montamos con todas las mochilas, toda una odisea, para ir hacia su casa. Allí dejamos las mochilas ya que al día siguiente nos recogerían con ellas en otro punto y nos encontramos con su cuñado, Loren, que nos acompañaría en la ruta. También conocimos a su adorable mujer quien nos ofreció un café. El café en Indonesia es tremendamente bueno, no siendo así la forma en la que lo preparan, ya que no sólo bebes café si no que también lo comes. Desde luego su efecto lo tienes garantizado.



Comenzamos el treking subiendo hasta un punto desde el que podíamos divisar toda la zona, y ver todo el largo camino que nos esperaba, así como uno de los muchos volcanes que hay por aquí. Este en concreto está activo y se podían ver las nueves saliendo del mismo. El camino era precioso, y William no paraba de contarnos historias tradicionales del lugar. Nos encantaba saber este tipo de cosas, ya que hasta ahora de esto poco habíamos tenido y resulta que aquí también existe el sistema de castas al igual que en la India, que aquí se denominan Gais. En una de las múltiples paradas que tuvimos pudimos oír como defendía la pena de muerte, que en este país esta instaurada, de lo que no consiguió convencernos, ni nosotros a él tampoco de lo contrario, ya que no entendía cómo podíamos dejar vivos y mantener a los asesinos.



Hicimos la comida en la única casa que nos encontramos en el camino. Allí vivía un solitario hombre quien nos dio a probar arroz de la zona y nos ofreció caña de azúcar para el resto de la caminata. Tras más de 8 horas de duro camino por en medio de unos tramos de selva por los que hacía mucho tiempo que no pasaba nadie (usaban el machete constantemente para cortar la maleza que no nos dejaba continuar) y habiendo visto algunas arañas que nos quitaron el aliento por fin llegamos a Kupambala.

Kupambala es una comunidad indígena sobre lo alto de un cerro desde el que se divisa la costa y la playa de Mbalata. Consiste en un conjunto casas hechas de bambú colocadas de forma circular hacia lo que podríamos llamar la zona común. Había una especie de sombrillas, tres, que representan a las tres dinastías que habitan en la comunidad (había un total de 10 familias que pertenecían a esas 3 dinastías). Cada casa es muy respetada y cuidada por sus dueños, ya que ésta representa a sus ancestros, y es que en algunas de ellas podías ver las tumbas colocadas justo delante de las mismas. Les brindan, a sus antepasados, multitud de rituales, y uno de ellos lo pudimos presenciar.


El recibimiento en la comunidad no pudo ser más amistoso. Nos sentamos sobre el suelo y en seguida se formó un corro al que se iban uniendo, uno a uno, todos los componentes de la comunidad. William hacía todo el tiempo de traductor, ya que la comunicación resultaba muy complicada por nuestro poco, por no decir nulo, conocimiento del Bahasa, la lengua indonesia, así como del dialecto de esta comunidad. Las risas eran constantes en ellos. Les hacía gracia cualquier cosa que hiciéramos o lleváramos. Al poco pudimos ver como comenzaban a apilar trozos de coco y de bambú para comenzar a hacer el fuego con el que cocinaríamos y bajo el cual compartíamos maravillosos momentos.


En seguida nos pusimos a ayudarles a cortar la yuca para la cena, guiados en todo momento por ellos. Y sin darnos cuenta comenzaron los cantos. Las diferentes voces de las mujeres, en sus distintos tonos, se elevaban junto con el humo del fuego como una melodía que te trasladaba hacia mundos pasados, bajo un increíble manto de estrellas. Era maravilloso oírlas cantar. Y lo bueno es que luego William nos traducía las letras de las canciones.


Al rato, nos pidieron que nosotros también cantáramos, y no quisimos dejarlos con las ganas, así que sobre la marcha nos pusimos con palmas a cantar una sevillana. Ellos nos acompañaron con las palmas, e incluso el “popó poro poro popó” se lo aprendieron de memoria. Nos ofrecimos a bailarles una sevillana, y fue entonces cuando las risas al vernos bailar se elevaron hasta carcajadas. Qué bueno. Fue muy curioso, no estábamos todos nosotros juntos (los extranjeros) si no esparcidos entre ellos, mezclados, como formando todos parte de una misma familia. Estaban constantemente pendientes de nosotros, nos traían sus sarus (unas especies de mantas que usan como vestimenta) para abrigarnos, a mi no paraban de recogerme el pelo, ya que ellas es como lo llevan siempre.


Kapumbala. Cena indígena

Sentados alrededor del fuego
bajo la atenta mirada de las estrellas,
las voces indígenas de un pueblo
le cantan a la madre selva.
Las palabras son los cuerpos,
el lenguaje de las señas,
el más puro sentimiento
del pobre y sus grandes riquezas.


Llegado un punto nos llamaron a nosotros a dentro de una de las casas, que sería donde dormiríamos, para formar parte de un ritual celebrado en nuestro honor hacia sus ancestros. Nos sentaron a todos, hombres a un lado y mujeres a otro, en lo que podríamos decir que era la cocina (en todas las casa había dos habitáculos, uno en el que se dormía y otro en el que estaba el fuego) y trajeron una gallina para su sacrificio, para pedir a sus ancestros buenos presagios para sus huéspedes. La situación fue un tanto angustiosa cuando tras unas palabras del jefe de la comunidad, cortaron la cabeza la gallina, le sacaron algo de sangre y la esparcieron por las esquinas de la casa.


Tras ello la metieron en el fuego quemando sus plumas, y le abrieron la tripa para sacar el estomago y ver en él, no sé muy bien cómo, si los ancestros nos daban o no buenos augurios. Resultó que si nos lo daban, y menos mal ya que si no había que sacrificar otra gallina. Al final la guisaron y nos la comimos sobre sus platos tradicionales, hechos a base hojas de palmeras. Toda una experiencia.


De nuevo bajo la luz del fuego volvieron los cantos, y algo embriagados por el arak (la bebida tradicional de todo Indonesia hecho a base de la fermentación de la palma) empezaron también los bailes. Yo super-animada ahí estaba junto a las mujeres bailando con ellas.


Antes de terminar esta inolvidable velada, William comenzó a traducirnos lo que ellos decían dándonos las gracias por los momentos compartidos. Y a la luz de esa misma hoguera nosotros también le dimos las gracias de todo corazón, y les pedimos que no perdieran ese encanto, ni esa alegría, ni su cultura que les hacia tan únicos. Y es que nosotros éramos los primeros turistas que los visitaban este año, y el onceavo grupo en toda su historia. Y ellos querían que más turistas les visitaran, ya que pagas por la comida y por el hospedaje, y para su economía es muy importante. Nosotros les manifestamos el peligro que corrían de perder su identidad como comunidad por la llegada masiva de turistas (todo siempre traducido por William) y la verdad es que tuvimos un maravilloso intercambio de opiniones, y esperemos que nuestras palabras sean escuchadas por ellos, y que consigan preservar su forma de vida. Ya que uno de los problemas a los que se están enfrentando es que muchas familias se están yendo de la comunidad hacia los pueblos cercanos, y por tanto está, muy cerca de perderse, y una de las formas que tienen para motivar la vuelta de sus vecinos y hermanos es la de que los turistas los visiten. Todo un dilema al que se enfrentan, y como os decimos en el que espero sepan hacerlo correctamente.


Por nuestra parte, a la mañana siguiente nos pusimos a recoger en la comunidad todos los plásticos y colillas que vimos y los quemamos en un fuego, dándoles a entender que era muy importante que mantuvieran limpio su entorno. Ya que entre otras cosas los turistas traemos plásticos, o les damos dinero con el que ellos mismos pueden comprar cosas (y es que ellos se auto abastecen de comida) que también generan residuos y comenzabas a ver como estos estaban tirados por los alrededores (no muchos). Acompañamos a las mujeres al campo a recoger yuca y hojas para la comida del día. Fue una de las experiencias más alucinantes del viaje ese día que pasamos con ellos. Y esperamos que lejos de producir un efecto negativo sobre la comunidad hayamos aportado nuestro granito de arena para que ésta no se pierda. A nuestra partida no pararon de pedirnos que volviéramos y sinceramente espero que podamos hacerlo algún día.


Emocionados, pero a la vez cansados por las caminatas y por haber dormido de nuevo sobre el suelo, llegamos a la playa para quedarnos a dormir en unos Bungalows en Mbalata, eran el único hospedaje en toda la zona(por el camino nos encontramos multitud de crios saliendo de la escuela que se emocionaban al veros, y nos cantaron canciones).


Fue allí donde conocimos a Francisco (parece mentira los nombres de esta gente, son una mezcla entre españoles, portugueses, ingleses e indonesios) dueño de los Bungalows, y también maravilloso cocinero. Este indonesio nos contó como hacía más de 17 años había abandonado su país para ir a Bélgica a trabajar, Fue increíble cómo nos contó sus impresiones a su llegada a Europa. Primero, el miedo a volar que tenía, y tras ello, al subirse en un coche su impresión de que corríamos mucho y que también se iba a matar. Las enormes carreteras que teníamos, así como que conducíamos al revés. Su primer desayuno preguntando por el arroz, o su impresión sobre el primer baño que divisó. También que cuando le ofrecieron ir de Camping por primera vez se pensó que se trataba de un pueblo, imaginaros la cara que se le puso cuando llegaron a mitad del campo y montaron la tienda. Todo un cumulo de percepciones que nosotros tenemos pero a la inversa al viajar.


Fue allí también donde conocimos a Antonio y Carmen, un granadino y una americana, residentes en granada, que estaban viajando por la zona. Compartimos muy buenos momentos con ellos y con Francisco, que se convirtió en algo más que el gerente del lugar ya que en seguida se unía con nosotros a charlar. Nos invitó al día siguiente a una barbacoa que tenía por la entrega de un título de propiedad a un vecino de la zona. Fuimos el centro de atención en todo momento.


De aquí partimos hacia Ende decididos, tras los cometarios de Antonio y Carmen, a ir hacia la isla de Sumba, pero antes de ello no quisimos perdernos el impresionante Kelimuto. Un volcán que tiene tres lagos de colores azul turquesa y negro de un intenso que parece que brillan. Para ello nos alquilamos de nuevo una moto con la que pudimos disfrutar de los hermosos paisajes hasta llegar al lugar. Hay un detalle curioso y es que de ruta hacia el volcán vimos a una mujer con la cara entera pintada de blanco, que en un primer momento pensé “¿Qué hace esa mujer con una mascarilla puesta andando por mitad del campo?” Al poco me di cuenta de que parece mentira que aún esté metida en el sistema, ya que lejos de ser una mascarilla se trataba de un ungüento local que usan las mujeres de la zona (la pena es que no hayamos visto más para poder hacerles una foto y mostrároslo).


Queríamos hacer una última reflexión ya que estamos muy emocionados, y aunque disfrutando cada momento presente como siempre, deseando que llegue el instante de la incorporación de los dos massaleros Almu y Kike. Y más aun pensado que luego viene Ama, Jose, Blanca e Inma. Chicos no sabéis lo contentos que estamos por vuestras prontas visitas. Contamos los días para los encuentros. Y también deciros que nos quedamos con la pena de que nuestros maravillosos Emily e Inmi no se hayan podido unir, pero que sepáis que os llevamos siempre presentes, os queremos.

Total que rumbo a Sumba, nuestro último destino antes de partir de Indonesia, nos despedimos de vosotros, ya que esto será parte de una nueva historia, espero que tan llena de momentos maravillosos como los que hemos vivido en la isla de Flores.

Un besazo enorme.

Cris y Juanlu
Massaleros Vuelta al Mundo

viernes, 17 de julio de 2009

Islas del tesoro y Dragones de Komodo

Gili Air resultó ser el mayor regalo podríamos esperar. Una pequeña isla con todo lo que podíamos desear. Con un bungalow de bambú en primera línea de playa de un agua azul turquesa, un precioso arrecife cerca en el sumergirte en un mundo maravilloso, con montañas de conchas para poder recoger y unos atardeceres que quitan el aliento.
Estábamos alojados en la parte oeste, en un lugar en el que no llegaba casi el sendero de la isla. Para trasladarte por ella o lo hacías andando o en unos carros de caballo, que si ibas con las mochilas la verdad es que merecía la pena. Estaba regentado por una familia musulmana, ya que no debemos olvidar que al salir de Bali salimos del Hinduismo y budismo que dan ese colorista y apacible ambiente a Bali. Así que en el paraíso te veías a mujeres locales con los pañuelos en la cabeza tapándose el pelo y el cuello, y con faldas hasta los tobillos, y ninguna metida en el agua (no todas la mujeres de la isla eran musulmanas pero si un importante número de ellas). Pero con quien nosotros teníamos el trato era con Antó, que se convirtió en un aprendiz de cariocas al poco.


Desde que nos levantábamos dejábamos que la tranquilidad del lugar invadiera cada uno de nuestros movimientos. La recolección de conchas se convirtió en un gran hobby para nosotros, y es que además no resultaba una tarea difícil si tenemos en cuenta que estábamos rodeados de lo que podríamos llamar un cementerio de coral. Montañas de conchas y corales nos invadían por todas partes y en cuanto bajaba la marea las dejaba al descubierto dándote la oportunidad de recoger cuantas quisieras sin que se notara lo más mínimo.


Luego las pintábamos haciendo que el tiempo transcurriera sigiloso frente a nosotros. Rojos, amarillos, naranjas, azules…todo un sinfín de colores y de formas. Al final dejamos la mayoría de ellas allí, ya que seguro, nos comentaron, las iban a usar para decorar el lugar, así que nosotros encantados.


Cementerio de Corales

La marea devota
recoge sutilmente
las aguas,
y deja al descubierto
montañas
de corales muertos.
En las charcas,
un mar de estrellas,
miles de cochas
y más corales sueltos
emblanquecidos por el paso del tiempo,
con cientos de formas
de sus cuerpos
en movimiento.


El buceo por la zona en un principio resultó ser un poco austero, hasta que descubrimos que a tan sólo 50m de nuestro lugar (la verdad es que no nos movíamos mucho), había un precioso arrecife. Te metías unos 20 metros mar hacia adentro, y podías visualizar el punto en el que la isla terminaba, porque había un grandioso escalón de arena que daba lugar al inmenso y precioso azul intenso. La corriente, que no siendo peligrosa era fuerte, te llevaba en paralelo a la costa, haciendo que no tuvieses ni que nadar, tan sólo dejarte llevar para ver la inmensidad de vida que allí se albergaba. Una inmensa nube de peces me rodeaban como dándome la bienvenida y me acompañaron durante gran parte del tramo, en lo que en ese momento de ensueño plantearía como que el mar me protegía. Jugueteando con ellos, arriba y abajo la nube se dibujaba una y otra vez con un círculo en el medio, que era yo. Una verdadera pasada. Lo único que fastidiaba lo idílico del momento era la cantidad de aguas malas, que daban unas reacciones alérgicas de impresión. Por lo que buceaba con camiseta, e intentando evitarlas constantemente, pero aun así las picaduras eran montones todos los días.


Por las tardes bajaba mucho la marea dando lugar a un conjunto de lagos donde se podían divisar muchas estrellas de mar, y donde se juntaba la gente local para pescar. Cuando el sol caía, las imágenes eran increíbles, los colores se proyectaban sobre las quietas aguas, como espejos perfectos. Maravillas de la naturaleza. Justo allí era donde estaba nuestro bungalow junto con otros pequeños lugares donde poder disfrutar de la puesta tumbado sobre una de las camas balinesas, de nuevo de bambú, que te ponían sobre la arena. Si a ello le sumamos que nos dejaban poner la música con el ipod… no os podéis ni imaginar el momento tan placent
ero.

A Antón le gustaban los malabares con fuego, de hecho era muy bueno con el palo, y tenía unas cariocas de fuego, por lo que le estuvimos dando un par de clases, a cambio de que nos trajera el queroseno para bailar nosotros la cariocas de fuego. Así que tras el atardecer nos poníamos a bailar en la playa con la música de fondo, poniendo la guinda al pastel que era todo aquello.



Y para guinda, la sorpresa que nos dimos cuando nos encontramos con un grupo de 6 españoles, junto con otra pareja más. Total, que sin quererlo ni beberlo, éramos 10 españoles juntos en la isla. Se trataba de gente que viajaba por diferentes periodos, y por primera vez en mucho tiempo éramos los más jóvenes. Estaban 3 que viajaban por 10 meses, otra 4 meses, 2 de vacaciones y la última pareja…impresionantes ellos dos. Ángela, escritora, compartió mucho con Juanlu y le animó más aún de lo que ya está a continuar con la poesía. Una de las noches Juanlu nos deleitó con una de sus últimas creaciones, y de nuevo todos quedamos fascinados. Fue maravilloso encontrarse con tanta gente de la tierra, que se echa de menos. Y poder compartir unas risas juntos. Compartir también las experiencias que se están viviendo, los aprendizajes y las fuerzas que uno saca de todo esto. Gracias chicos fue algo maravilloso.


La última noche fuimos a una fiesta que se organizaba en la isla, en la que de nuevo el fuego era el protagonista, junto con una música algo trance para nosotros, pero con la que de nuevo bailamos con esas cariocas que tanto nos fascinan. Fueron unos inolvidables días que nos hicieron sentirnos dichosos por estar vivos y disfrutar con los sentidos tan intensamente. Todo estaba a flor de piel.


Desde allí tomamos la decisión de hacer una travesía de cuatro días hacia la isla de Flores, que nos la habían recomendado por muchos lados. En ésta, pasábamos por la conocida como Isla de Komodo. Hasta entonces no sabíamos nada de esta Isla y resulta que es en ella, y en su vecina Rinca, en donde habita un enorme lagarto preshistórico, llamado el dragón de Komodo, por su parecido con este mitológico animal.

Tras diversas e interminables esperas llegamos a nuestro pequeño e insólito barco. Era totalmente de madera y parecía ser un antiguo barco de pesca adaptado para hacer travesías con turistas. Éramos un total de 17 personas, más 5 de tripulación, en 20 metros de largo por 3 metros de ancho. Dormíamos en el suelo sobre esterillas. No había camarotes, en la parte de abajo se guardaban las maletas grandes así que sacabas sólo lo imprescindible para cada momento. Las comidas eran mínimas, pero suficientes. No tuvimos agua dulce, más que para beber, y por lo tanto nada de ducharse durante esos días.
El ruido del insoportable y escandaloso motor se iba adaptando poco a poco a nuestros oídos, de tal forma que había momentos que ni los percibíamos, o al menos eso creíamos, hasta que paraba y la paz nos inundaba de nuevo. Hubo dos días que estuvimos navegando toda la noche con lo que dormir se hizo difícil. Sobre todo la segunda, donde la mala mar hacía que los vaivenes pasaran a ser tambaleos que nos movían a todos, de una lado a otro de la embarcación como si fuéramos marionetas.

Esa misma noche, pudimos ver como del mar salía una enorme y preciosa luna de color naranja. Fue un increíble momento el observar como avanzaba, aclarándose de color y haciéndose cada vez más pequeña, y su luz más intensa.


Una luna perfecta

Una Luna perfecta
acaramelada
en dorados,
surge de la nada,
en el horizonte
por el mar dibujado.
Sentados sobre la cubierta,
en la parte alta
del barco,
centramos la mirada
en la enorme
bola de fuego anaranjado.

Dentro de la tripulación nadie hablaba inglés, salvo, en teoría, el guía. Quien más que hablar inglés se tenía aprendida las frases que tenía que soltar para cada situación y cuando le preguntabas algo siempre te salía con un “my english is very short”, con lo cual no te quedaba otra que dejarte llevar por lo que deparara cada momento. Con los días conseguimos entablar pequeñas conversaciones con él con un vocabulario mínimo, es alucinante cuando te das cuenta del poco nivel de conocimientos de la gente de aquí, ya que no sabía ni decirte donde se encuentra la capital de su propio país.


Entre nuestros compañeros de viaje tenemos que destacar a Joao, un portugués que nos sorprendió con un viaje de 8 meses, del que tal solo llevaba dos y en el que había dedicado 1 mes a trabajar en un orfanato en Timor del Este. Cuando contaba su experiencia se le iluminaba la cara como un niño pequeño cuando le das un regalo. Y un regalo fue él para nosotros, por esa energía tan linda que irradiaba en todo momento. Fueron fantásticas las conversaciones que mantuvimos, y por supuesto fue un nuevo protagonista de las entrevistas a viajeros que seguimos haciendo.

Éramos 3 australianos, 4 austriacos, 2 portugueses, 2 belgas, 1 ingles, 2 franceses, 1 americano, 5 indonesios (la tripulación) y nosotros. Menudo popurrí. Durante todo el camino íbamos parando en diferentes enclaves para hacer snorkel (claro que no había gafas para todos lo cual era un verdadero incordio), o un treking para ver una vista del paraíso en donde nos hallábamos. Las paradas estrellas fueron para visitar el famoso dragón de Komodo. Daba miedo verlo y más cuando te decían que era capaz de atacar a un humano, que podía correr hasta 18km/h, siendo la mole que era. Media hasta 4 metros de largo y era una especie de lagartija gigante con esa lengua de dragón que tanto lo caracteriza. Pudimos verlos de bien cerca el segundo día, ya que el primero tan sólo los vimos de lejos. Fue algo impresionante.


Y ya llegamos a la isla de Flores en la que empezamos a ver, que hemos salido de la ruta más turística, ya que se complican bastante los desplazamientos, y junto con Eric y Christophe (dos franceses que conocimos en el barco)nos sumerjimos de nuevo en otra isla, pero esto ya forma parte de otra historia. Nos imaginamos que todos estaréis disfrutando o pronto disfrutaréis de esas merecidas vacaciones, y os deseamos la mejor de las energías para esos momentos, y que os recarguéis para hacer realidad vuestros sueños cada día.

Un fuerte abrazo a todos.

Cris y Juanlu
Massaleros Vuelta al Mundo