domingo, 29 de noviembre de 2009

Hasta pronto Asia

Aprovechamos unos días en Pokhara, tras nuestra aventura por el Himalaya, para relajarnos y equilibrar nuestros cuerpos y mentes con un curso intensivo de yoga. Meditaciones y clases de yoga por la mañana, desayunos riquísimos y comidas ayurbédicas, culminadas con baños de barro y de vapor.



Entre medio una limpieza de las fosas nasales para los pranayamas (ejercicios de respiraciones).


Por la tarde de nuevo yoga y cantos de mantras. Esta última parte nos fascinó y es que durante toda nuestra estancia en Nepal desde Boudha, Katmandú, e incluso en el propio trekking había un canto que no parábamos de escuchar. Resultó ser el mantra tibetano llamado “Om Mani Padme Hum” que cantábamos todos los días (hemos llegado a escucharlo de melodía de móvil a un hinduista al salir de un templo, por tanto, pese a ser tibetano y budista, es un canto para todas las religiones en Nepal). Es alucinante como las vibraciones de los cantos te trasportan, te elevan, hacia un estado de pleno relax.

Desde Shadana Yoga. Pokhara.

Un sol en brumas
atraviesa la ventana
de nuestro cuarto,
olor a selva bruta
y al agua
del Himalaya.
Custodiado
por montañas
se refleja un lago.
Grandes arcos,
dibujan,
alas en los rayos,
en un cielo pintado
de blanco y púrpura.
Solitarias barcas,
de paz inundadas,
como nadando
en un cuadro,
las horas apuran,
se quedan rezando.


El centro se encontraba en un precioso lugar, en lo alto de una colina, desde donde divisábamos al completo el lago Phewa. Las aves revoloteaban continuamente con un vuelo suave y tranquilo sobre sus aguas, acompañadas de numerosos parapentes (al parecer, es una zona famosa en el mundo entero para la práctica de este deporte) que le daban color al cielo azul claro, obnubilado con una neblina matutina casi diaria, y de barcas de pescadores que parecían paradas por el tiempo
.

En nuestro último día, no quisimos perdernos la oportunidad de dar una vuelta en una barca por el lago, se la alquilamos a unos pescadores. La suerte que tuvimos fue que ese día estaba completamente despejado y pudimos ver al fondo los picos nevados de nuestros preciosos y queridos Annapurnas que salían a despedirnos
.
El lago era muy transitado por mujeres que iban allí a lavar las ropas, por turistas locales que iban al lugar para visitar un templo que se hallaba en una isla en mitad del lago. Las barcas se llenaban hasta no caber una sola aguja para cruzar al precioso templo y las risas de sus ocupantes tapaban al silencio que reinaba por tan apacibles aguas.

También visitamos un proyecto textil que trabaja con mujeres, y es que si hay algo en esta zona son proyectos con ellas (hay una agencia de viajes en el que todas sus trabajadoras son mujeres, porteadoras, guías, conductoras…). Trabajan haciendo bolsos de diseños preciosos, y que aunque el precio sea algo más alto que en el resto de tiendas, sigue siendo muy barato, y al comprarlo colaboras con un precioso proyecto. Visitamos el telar y pudimos ver cómo trabajaban, y la ilusión que ponían en cada una de sus creaciones.

De vuelta a Katmandú no quisimos perdernos la oportunidad de visitar Pashupatinath, un templo hinduista al que peregrina numerosos Sadhus (hombres sagrados) desde la India. Se trata de un lugar santo en el que, como en Varanasi en la India, hay un río con escalinatas al mismo donde también se practican las cremaciones.
Desde una de las escalinatas pudimos contemplar el proceso completo de tan atroz situación, vista desde nuestros ojos. Y es que te ves la vida y la muerte en el mismo lugar, apreciada y respetada de igual manera. Y esto me recuerda un comentario de Souga, la mujer del centro de Yoga “A mi nada me pertenece, tal cual llegué, tal cual me iré. Todo es pasajero, incluido nosotros. Todo le pertenece a Él” (me dijo mientras elevaba sus manos hacia el cielo).

El proceso comienza con la llegada del muerto y todo el séquito de familiares que lo acompañan. Son los hombres los que se encargan de llevar el cuerpo hasta la escalinata, desde donde procederán a la limpieza con agua del río sagrado. Mientras tanto las mujeres esperan al otro lado del templo. Con una túnica blanca cubriendo el cuerpo, éste es minuciosamente enjuagado con tan sucias aguas.
Tras ello se depositan telas de colores naranjas y multitud de flores, momento en el cual está listo para ser depositado en uno de los puntos de cremación en donde los apilados troncos esperan a ser quemados junto con el cadáver. Una ceremonia, de ungüentos de aceites y de vueltas en torno al difundo, termina, entre los llantos al ser querido, con tan doloroso momento.
Mientras tanto, a lo lejos, a no más de 50 metros, puedes ver a las mujeres lavando la ropa en el mismo río al que van a parar las cenizas, y a gente metida en sus aguas recuperando los restos de los difuntos (oro o incluso los troncos que no fueron quemados del todo). Incluso en la otra orilla están los niños jugando al futbol. El sucio río se convierte en testigo de tal mosaico de situaciones.

Pudimos ver multitud de estos Sadhus, que se le puede reconocer porque pintan sus caras con colores blancos, amarillos y naranjas. Nos resultó muy curioso observar que también hay mujeres sadhus, y que al igual que los hombres, llevan sus pelos a lo rasta. Hay cientos de detalles dentro de los rituales que se practican en estos templos que se escapan a nuestro entendimiento, y que por mucho que veamos, no conseguimos determinar de qué se tratan
.
Tocan campanas, se colocan arroz en la frente, ofrecen leche, se colocan pulseras, se pintan la frente (el tercer ojo) de diferentes colores (sobre todo de rojo). Lo de los colores es alucinante y es que predomina el amarillo azafrán y el color magenta. Las ofrendas de flores, los caras de los Sadhus, las vestimentas, suelen ser también de estos colores.

Desde aquí nos fuimos a la ciudad de Bhaktapur. Se trata de la segunda más importante del valle de Katmandú, al más puro estilo medieval, tanto por sus construcciones (todas las calles como las casas son de un ladrillo de color marrón-rojizo) como por sus oficios, y es que aquí te puedes ver aún al orfebre o a las mujeres juntas tejiendo en mitad de la calle o incluso los hilos teñidos esperando a ser secados por el sol
.

Las estrechas callejuelas, los pasadizos por medio de pequeños patios convertidos en templos por estatuas teñidas de azafrán. Las puertas y las ventanas, preciosamente adornadas con ofrendas de flores y tallas en madera con deidades representadas
.
Un detalle curioso es que en las vigas de de algunos de los templos te puedes encontrar tallas con representaciones de diferentes posturas del Kamasutra. Nos quedamos alucinados contemplandolas.

Las vidas se mueven

Las vidas se mueven,
a ritmos,
distintos,
en mundos
diferentes,
siendo el mismo,
el mundo
donde mueren.

Las vidas se mueven,
del vivo
y sensitivo
movimiento,
al aparente
pacifismo
del silencio,
inerte.

Las vidas se mueven,
de ríos,
fríos,
a calientes
mares, y océanos,
también fríos,
del volcán incandescente,
al bosque helado,
de pinos.

Las vidas se mueven,
destino,
el no destino,
a su suerte,
al embrujo
del siguiente
suspiro,
en lo más profundo
del olvido.

Las vidas se mueven,
se mueven, las vidas.
Se mueven.


Por la noche unos israelitas nos llevaron a probar una bebida alcohólica típica nepalí. Se trata de una especie de cerveza caliente. En una jarra de madera meten semillas de cebada, echan agua caliente y lo bebes con una pajita. Delicioso, calentito, que no viene nada mal, y la verdad es que alcohol tiene.

Nuestro último día en Katmandú procedimos a realizar la dura prueba que nuestros amigos Amagoia y Jose nos pusieron cuando nos visitaron en Vietnam en el mes de agosto. Hacer una fabada. Y sí, no es que nos hayamos olvidado. De hecho nos llevamos la fabada al trekking con idea de hacerla en alguno de los lugares en los que nos quedáramos. Pero resultó que cuando nos lo propusimos no nos dejaron cocinar, y además una comida tan pesada no nos parecía lo más apropiado a tanta altura. Luego en Pokhara, en medio del curso de yoga tampoco nos pareció muy apropiado (y más cuando casi todo el mundo era vegetariano). Total que esta se ha convertido en la fabada mas viajera de la historia y es que si recapitulamos ha venido desde España a Vietnam, desde ahí reposó durante algún tiempo en Tailandia y pasó a Nepal donde realizó el trekking de los Annapurnas y ahora por fin en Katmandú, los del Hotel nos han permitido hacerla (claro que no saben muy bien de que se trata). Pero mereció la pena. Que sabor!!!! Nuestras papilas gustativas no daban crédito y nosotros tampoco. Qué cosa tan rica. Muchas gracias chicos.

Hay un último detalle de Nepal que nos gustaría compartir con todos vosotros. Resulta que en multitud de lugares lo ves, pero a nosotros lo que nos llamo la atención fue que nos lo contaran en dos ocasiones gente local. No creemos que sea así del todo, pero resulta muy buena la coincidencia. Nos preguntaron si sabíamos que significaba NEPAL, y a nuestra negativa como respuesta nos enseñaron la siguiente frase: “Never End Peace And Love” (Nunca fin a la paz y el amor).

Total que salimos de Nepal con las pilas recargadas y el estomago más que satisfecho. Y como colofón, desde el avión, nos despedimos del Himalaya con un día despejado, en el que todas sus cumbres podían ser vistas, incluido el Everest, que lo pudimos contemplar con su majestuosidad. Imponente techo del mundo.

Y ahora, en Bangkok, nos encontramos esperando el bus que nos lleve de nuevo al aeropuerto para salir rumbo a Jordania. Y con esto terminamos nuestra aventura massalera por Asia. Han sido muchas las sensaciones y las aventuras vividas en este inmenso continente rico en culturas, con sabrosos platos, impresionantes playas y lo mejor, como siempre, las personas que en él hemos encontrado.

Nos dejamos un pedazo de nosotros mismos en estas tierras, y de ellas nos llevamos mucho. Después de haber pasado por el cruce de Shibuya, visto a Geishas en Kyoto, haber plantado calabacines en Tokamati, haber brindado con sake, haber aprendido a comer con palillos, habernos sumergido en las cristalinas aguas de Indonesia, habernos perdido por los impresionantes campos de arroz de Bali, habernos asomado a los volcanes en Flores, haber compartido la mejor noche a la luz del fuego con cantos de mujeres en el poblado de Kupambala, haber disfrutado de la ajetreada noche en Kuta, buceado en los arrecifes de Kotao, bajado el río Mekong en Barca, haber disfrutado haciendo el cafre en el tubing de Vangvieng, habernos paseado en elefante en Chiang Mai, haber danzado con cariocas de fuego en las animadas playas tailandesas, habernos quedado sin palabras con los festejos del lago Inle, habernos trasladado a otro tiempo en el trekking por Hsipaw, haber andado en carromatos en Mandalay, haber asistido a un show de los Moustache Brother´s, haber pedaleado en los templos de Bagán, habernos quedado sin palabras con las experiencias compartidas con los refugiados birmanos en Tailandia, haber sucumbido ante la belleza de Angkor Wat, habernos quedado casi sin aliento en el treking de los Annapurnas, haber sido bendecidos por un lama residente en las montañas, haber sido conscientes del sonar del viento sobre las banderas tibetanas…tras todo esto y mucho más, damos nuestro siguiente paso en este periplo al que ya le queda poco para finiquitar. Pero aún no ha llegado ese momento. Ahora, pasamos a otra realidad, a otro mundo, del que también estamos dispuestos a empaparnos a tope. Nos vamos directos a Jordania, con la intención de visitar también la vecina Israel y por último Egipto. Pero como siempre chicos todo esto será parte de nuevas historias.
Un fuerte abrazo.

Cris y Juanlu
Massaleros Vuelta al Mundo

lunes, 23 de noviembre de 2009

Pasando el Thorung La

Seguimos en Manang, que se encuentra a 3.500 metros de altitud, lugar ideal para hacer diferentes excursiones de aclimatación. Desde la ventana de nuestro cuarto podemos ver las montañas nevadas y el glaciar que baja por uno de sus cortantes (es maravilloso observar los amaneceres tumbados en la cama iluminando el sol las cumbres nevadas). Y glaciar es el frío que hace por las noches. Nos sorprende en exceso que las casas no estén aclimatadas para este frío. De hecho dormimos con prácticamente toda la ropa puesta, el saco de dormir y el cobertor que nos dan en el hotel. Y cuando decimos toda la ropa puesta queremos decir gorrito incluido. La ducha es algo que no probamos desde hace 5 días, ya que el agua sale helada. Hay instalaciones de placas solares pero éstas no llegan a calentarse en esta época del año (por las mañanas las cañerías están totalmente congeladas). Tan sólo el lavarnos las manos nos deja destemplados durante largo rato.

Hicimos una visita más por la zona al lago que es nutrido del mencionado glaciar. Sus quietas aguas son de color turquesa, y a su alrededor las banderas suenan como música celestial. Las piedras se apilan como símbolo de respecto y culto al sagrado lugar, a las sagradas montañas.

El día de nuestra partida amanecía nublado. El tiempo no acompañaba, pero queríamos continuar hasta Yak Kharka. A partir de este momento todo sería ir subiendo lenta pero constantemente hacia Thorung La. El paso se halla a 5.416 metros de altura, y hasta esa cima nos esperan al menos dos noches y tres días más de dura caminata y aclimatación. Seguimos atravesando preciosos pueblos entre montañas, ya a esta altura completamente desnudas. Mostrándose al completo, bellas tal cual son. Muy poca vegetación cubre sus pieles. Cuan puras son estas imágenes. A cada punto que miremos tenemos un pico nevado. Los pájaros revolotean a nuestro alrededor, y de repente, comienza lo que no acabamos de querer pronunciar. Estaba nevando. Aún no habíamos llegado a los 4.000 metros y la nieve comenzaba a caer, a ritmo suave e intermitentemente. Y conforme más avanzábamos, entre más puentes colgantes y tardando cada vez más en ver una casa, y por tanto a gente, más denso se hacía ese bajar de copos, como plumas de cielo. Precioso. La emoción nos invadía ya que estábamos viendo algo realmente único. Nos paramos a descansar y a tomar un té caliente en el siguiente lugar que divisamos. Todos nos apilábamos junto al fuego intentando quedarnos con algo de su preciado calor.

XLIII (Nieve)

Lo que era polvo,

ahora es tierra.

Lo que es tierra

luego será barro.

Lo que será barro,

más tarde será…

un camino blanco.

Continuamos caminando y la nieve se hacía aun más intensa, hasta resultar imposible prácticamente mirar al frente. Llegamos a nuestro ansiado destino tras unas horas y nos encontramos en un Lodge completamente atiborrado de gente, que ante la inclemencia del tiempo había decidido parar y pasar allí la noche. Las tazas de té caliente no paraban de pasar entre todos nosotros, y los que éramos desconocidos, nos convertimos, al rato, en una gran familia. Y es que si aquí, a 4.100 metros estaba nevando, no queríamos ni imaginarnos lo que estaba ocurriendo algo más arriba. Y por más que preguntábamos a los guías o a la gente local allí nadie te decía nada. Tan sólo que esperáramos a al día siguiente, cuando amaneciera la nieve dejara de caer. Pero eso no ocurrió en toda la tarde, ni por la noche tampoco. Y mientras tanto los copos continuaban apilándose formando bloques de un gran espesor, y las dudas sobre si continuar o no, se hacían igualmente más grandes a cada minuto que pasaba. Esto lo dice una que es del sur, según Sandra, la suiza, tampoco era para tanto. Pero lo que era preocupante es que no había ningún sistema de información meteorológica, ni nadie que se hubiera informado de la situación en Thorung Phedi (a 4.450 metros de altitud, lugar en que se hace noche el día anterior de la ascensión al paso). Por tanto nadie sabía que ocurría al día siguiente, si el trekking continuaría o si nos daríamos la vuelta.

A la mañana siguiente todo amaneció completamente blanco, incluido el cielo, pero no nevaba. Por lo que en el desayuno ya estaba todo el mundo preguntando ¿tú que vas a hacer? ¿Y vosotros? La historia es que casi todos tenían un guía y nosotros no, con lo que éramos más bien nosotros los que no parábamos de preguntar. Y es que no teníamos necesidad de pasar ningún mal rato, no somos montañeros y no pretendemos engañar a nadie. Más nos valía una retirada a tiempo que una mala experiencia. Nosotros ya habíamos disfrutado en exceso. Pero fue casi unánime la decisión, ya que prácticamente la totalidad de la gente decidió continuar el ascenso. Incluida una parejita de israelitas, Daria y Lior, que habían tenido algunos problemas con la altura y que éste sería su tercer intento de ascender a Thorung Phedi.

Nosotros nos sumamos con ellos en el ascenso, parecía que el tiempo quería favorecernos ya que el sol comenzó a hacer su aparición tímidamente. A mí me fascinaba el sonido de la nieve bajo nuestros pies. Ese crujido de nieve recién caída. El camino estaba recién abierto, por el resto de las personas que habían comenzado antes. Seguíamos la estela de pasos que sobre la nieve se habían forjado. La chica no aguantó por mucho tiempo, ya que los problemas de estómago comenzaron a hacer de nuevo su aparición, posiblemente por la altura. Así que de nuevo solos proseguimos nuestro camino.

Atravesamos más puentes colgantes totalmente repletos de nieve. En algunos casos el hielo hacia su aparición en el camino, tambaleándonos suavemente. Pero el momento realmente crítico llegó cuando en una bajada, de zig-zag, el camino era completamente hielo, y había una importante caída hacia el río que transcurría por abajo. Afortunadamente fuimos ayudados por un guía del grupo que iba por delante de nosotros, y por los bastones que uno de ellos nos prestaron. Y mira que nos habíamos preguntado veces ¿Y realmente son tan necesario los bastones? Pues ahora ya lo sabíamos, desde ese momento tomamos la decisión de que compraríamos unos bastones en la siguiente parada. De hecho incluso con bastones Juanlu terminó literalmente deslizándose por la cuesta a modo de tobogán.

Entre tanto nos encontramos con gente que estaba retrocediendo. Nosotros los parábamos y les preguntábamos por la situación, y todos nos decían lo mismo, que era peligrosa la bajada del paso. Nosotros nos mirábamos y decíamos ya lo decidiremos cuando lleguemos.

Y de nuevo otra subida. Este fue para nosotros, hasta el momento, el tramo más peligroso. El hielo te sorprendía a cada paso. A un lado el precipicio y al otro la montaña de nieve. Ni contaros cuando vimos el cartel de “Riesgo de avalanchas”. Con la nieve recién caída y nosotros resbalándonos con el hielo. Yo no paraba de preguntarme ¿Pero qué hago yo aquí? ¿Si yo soy chica de mar y no de montaña? ¿No deberíamos haber dado la vuelta? Esto es realmente una experiencia en alta montaña. Y es que aunque todo el mundo te diga que es fácil, la verdad es que cuando el mal tiempo hace su aparición no es algo para tomarse a broma, o por lo menos así lo veíamos nosotros (la verdad es que el resto de la gente no estaba tan preocupada como nosotros, y es que eso lo da la experiencia en montaña).

Llegamos a Thorung Phedi, y notábamos como nos costaba respirar, las palpitaciones, por la altura, eran constantes en nuestro pecho. Pero también la alegría de por fin haber alcanzado nuestro meta. En seguida nos encontramos con parte del grupo que la noche anterior habían estado con nosotros en Yak (Dos italianos, Alex y Youri, dos israelitas, Shira y Anat, una suiza, Sandra y un australiano, Lathan), la alegría fue tremenda al verlos. Ellos nos invitaron a hacer el paso al día siguiente juntos, ya que ellos tenían guías, y nosotros aceptamos encantados (aunque en realidad aún no habíamos tomado la decisión de continuar, pero dar la vuelta solos tan poco sería un camino nada fácil, ya que el último tramo cuesta abajo no queríamos ni imaginárnoslo). La tarde se hizo larguísima, y los nervios eran muy intensos. Había unos que tenían dolor de cabeza y temían que el mal de altura les hiciera retroceder. Y otros, como yo, que tenían un temor que les invadía por dentro. Era como el día anterior a un examen, pero encima a 4.450 metros de altitud, donde esos nervios se transforman en palpitantes momentos. Para calmarlos no paraba de hacer respiraciones y jugar al solitario.

La noche fue sin duda la más fría de toda nuestra vida. El vapor salía de nuestras bocas una vez acostados, y no había más capas de ropas que poder usar. Como bebíamos tanta agua para estar hidratados por la altura, no parábamos de ir al baño toda la noche. Y cada vez que ibas, tenías que salir a la nieve. El agua para echar en el wáter (a modo de cisterna manual) estaba totalmente congelada, y tú, casi igual.

No pegué ojo más que un par de horas en toda la noche (bueno nos despertamos a las 3.30 de la mañana, así que tampoco es que durara mucho la noche) de los nervios que tenía. El problema, según habíamos hablado con la gente, no era tanto la subida, como la bajada. Es decir subíamos unos 1000 metros, pero hasta el siguiente pueblo bajamos unos 1.600 metros. Y es que si había nevado en el otro valle, cosa que nadie te decía con exactitud, esa nieve sería hielo. Y con el hielo la bajada es un infierno, aparte de, tal y como habíamos comprobado el día anterior, muy peligroso. Nosotros nos dejamos llevar por el resto del grupo que habíamos forjado, dejamos de hacernos preguntas y comenzamos la caminata a las 4.30 de la mañana con la linterna puesta en nuestras cabezas apuntando al congelado suelo.

Subir, subir y subir. No ves nada a tu alrededor salvo el trozo de suelo blanco que ilumina tu linterna. El palo de madera que habíamos comprado nos ayuda mucho, pero aún así tenemos que estar muy pendientes de cada paso que damos. En muchas ocasiones el camino es tan malo que vamos nieve a través para evitar caídas. Menos mal que en este caso vamos acompañados de Khrisna y Dblama, nuestros guías (bueno los del resto de la gente, pero que ese día y gracias a un dinerillo que les dimos, serian también los nuestros). En medio de la subida a la primera parada una de las israelitas empieza a pedir un descanso, pero los que llevan la delantera no paran. Nosotros no dábamos crédito, pero el grupo seguía. Total que la chica sigue pidiéndolo, hasta que de repente se desploma, y Juanlu que estaba al lado nos dice que volteó los ojos y comenzó a convulsionar. Con agua y algo de chocolate se empieza a recuperar. Pero lo más sorprendente de todo esto es el comportamiento de la amiga, que no solo no le brinda apoyo si no que le dice que se vaya para abajo con el porteador, pero que ella sigue. Afortunadamente las mujeres israelitas son fuertes de narices y ésta decide seguir subiendo (yo me hubiera dado la vuelta, la verdad).

Era de noche cuando llegamos a nuestra primera parada a 4.850 metros (en el Base Camp), y tras un breve descanso continuamos el camino. De repente el guía nos pide que apaguemos las linternas, y es que sin habernos dado cuenta había amanecido. Y fue en ese momento cuando fuimos conscientes del lugar en donde estábamos y del épico momento que estaba sucediendo. Esto lo recordaremos el resto de nuestras vidas. La imagen era la de estar totalmente sumergidos entre dos montañas nevadas, y a lo lejos ver gente subiendo interminables cuestas en la nieve, daba la sensación de estar realizando una expedición a los polos. Pero no, nos encontrábamos en el mismísimo Himalaya, sumergidos en medio de los Annapurnas.

El frío comenzó a notarse cada vez más, el viento azotaba, más y más fuerte, trayendo con él algunos copos que poco a poco fueron siendo muchos. Había empezado a nevar. Nadie pregunta nada, tan sólo continuamos, y continuamos. A paso lento, pero seguido. Las respiraciones se hacen cada vez más difíciles, pero no parábamos. Y mientras nuestro cuerpo hacía todo aquel esfuerzo, nuestras mentes no hacían más que dar gracias, ya que este, nuestro cuerpo, funcionaba. Funcionaba perfectamente. Tenemos un cuerpo sano y por ello en circunstancias como ésta, tenemos que darle las gracias.

Al beber de nuestras cantimploras el agua pasó de estar fresquita a estar helada, es decir, congelada, con trozos de hielo reales flotando en ellas. Llegamos a un último punto antes del paso, una pequeña casa donde servían tés. La gente se agolpaba alrededor queriendo entrar un poco en calor.

Continuamos y por fin a lo lejos divisamos unas banderas. No queríamos creerlo, pero tampoco nos podíamos detener. Había que seguir. Y seguimos y seguimos, efectivamente habíamos llegado. Las lágrimas salieron de nuestros ojos de forma natural y esporádica. La alegría y la satisfacción nos invadían.

Lo habíamos logrado, estábamos en el paso. Una sensación de libertad se apoderó de nosotros. Fotos y más fotos, pero con movimientos lentos ya que enseguida nos cansábamos.

Tras un té y un poco de comida (bollos y chocolatinas), comenzó la bajada. Afortunadamente, enseguida pudimos comprobar que apenas había nevado a este lado, y que, por tanto, no sería tan complicada como esperábamos. Pero sí larga, más de 4 horas bajando terminaron con nuestras rodillas. No encontrábamos el momento en el que poder tomar un descanso y quitarnos las mochilas de nuestros hombros. Pero también se notaba que bajamos de altura, y ello nos motivaba.

Comenzábamos a sumergirnos en un valle de piedras tornado en colores marrones. La nieve todavía estaba presente pero sin interferir mucho en nuestro camino.

Lo curioso es que pese a todo lo pasado no dejan de sorprendernos cosas (personajes que se nos cruzan o mujeres tradicionales hablando por el móvil es que eso de no tener móvil hace que haya cosas que nos extrañen, o simplemente una señora mayor subiendo por el empinado tramo que nosotros bajamos).


Por fin llegamos a Muktinath, donde haríamos noche. Los árboles de hoja caduca teñían el suelo de un dorado precioso, y el oxígeno más abundante hacía que nuestras respiraciones fueran tranquilas. Una ducha de agua caliente fue la recompensa (aunque la verdad es que le baño no estaba caliente, por lo que tampoco fue ningún placer). Ese mismo día nos terminamos nuestro chorizo, compartiéndolo con Víctor (un español que habíamos conocido) y un amigo suyo francés. Con ese gustito nos quedamos.

El siguiente tramo lo hicimos hasta Jomsom, atravesando unos preciosos valles totalmente desérticos. Con acantilados por todos lados. Un inmenso río de nuevo era nuestro compañero, y las rocas que había por todos lados, nuestras fieles testigos. El viento azotaba fuerte e intenso.

Desde aquí ya fuimos de nuevo solos. Disfrutando de nuestras paradas, de hacer nuestras fotos, y de escribir nuestros poemas mientras caminamos. Pudimos ver los pueblos más tibetanos que hasta el momento habíamos contemplado. Y por supuesto, la gente continuaba siendo tan hospitalaria. Los picos nevados continuaban rodeándonos por donde fuéramos, y su fuerza la notábamos más y más en nuestros corazones.


LIV (Desierto)

Habla a través del viento,

el valle y las montañas,

le encanta el silencio

y la escucha de sus palabras.

Vive desnudo, sin miedos,

como si nada necesitara,

con los brazos abiertos

energía Himalaya.

Llegamos a Jomsom, con la lengua fuera. Realmente exhaustos del agotamiento de estos días. Fue aquí donde decidimos que se acabaría nuestro periplo por los Annapurnas. Decidimos coger un bus que nos llevara hasta Pokhara. Estábamos contentos, pero no sabíamos lo que nos esperaba. Más de 11 horas por infernales carreteras (por llamarlo de alguna manera, ya que eran más bien caminos de tierra llenos de baches), con precipicios a los lados, atravesando ríos, y puentes de madera que daban miedo. Sin mencionar el hecho de que iba hasta arriba, con gente sentada, en el pasillo, en taburetes. Y para colmo nos tocaron los últimos asientos del minibús, con 8 personas ocupándolos, de acuerdo que tres eran niños, pero igualmente ocupan. Es decir, no paramos de dar brincos en todo el día. Ese tembleque, no es bueno, os lo aseguramos.

No parábamos de retroceder cada vez que nos encontrábamos un vehículo. Y es muy curioso el mecanismo. El ayudante del chofer se baja y se pone a dar golpes a la carrocería (dos golpes es continua, uno para). Todo ello acompañando de una musiquita que suena cada vez que el conductor mete la marcha atrás. Hubo un momento que paramos casi una hora porque un Jeep estaba cambiando una rueda. Bueno de eso nos enteramos más tarde, ya que parecía que estaban realizando toda una operación de ingeniería mecánica, pero al final resulto que tan sólo era una rueda. Eso sí, uno trabajando y ciento mirando. Incluidos nosotros que no parábamos de decir que nos dejaran a nosotros que lo acabaríamos antes.

Estamos en Pokhara, a 800 metros, donde es fácil conseguir un champú para lavarse el pelo, agua caliente y una habitación aclimatada. Pero también supone bajar de la tranquilidad de las montañas al ruidoso ajetreo del mundo. No sé si somos nosotros pero al bajar de las montañas hemos tenido la “Enfermedad de la bajura”, el estrés. Aún así, felices y dispuestos a meternos en un curso intensivo de yoga, con tal de no perder la tranquilidad que durante estos días hemos disfrutado. Pero chicos de nuevo todo esto será parte de una nueva historia.

Namaste amigos.


Cris y Juanlu

Massaleros Vuelta al Mundo