martes, 30 de junio de 2009

En la profunda y bella Tokamachi

Los nervios nos invadían momentos antes de llegar a la estación de Tokamachi. No sabíamos si la elección había sido correcta o no, pero algo nos impulsaba a aventurarnos en lo más profundo de Japón. El proceso para ir hasta allí, la verdad, es que fue muy al azar, y en manos del mismo nos pusimos. Tan sólo sabíamos que se trataba de una granja y que viviríamos con una familia de 5 componentes, tres niños y los padres. Nada más. En la estación nos esperaba Kenichi, el padre. No era difícil reconocernos ya que éramos los únicos occidentales llegando a la hora acordada, y eso él lo sabía, ya que no hay mucho turista, por no decir ninguno, en la zona. Nuestro primer saludo por lo menos fue llamativo, ya que nos dijo en español “Hola”. Por supuesto un apretón de manos tras, esto era lo menos que nosotros estábamos dispuestos a hacer (recordar que aquí la gente se saluda con inclinaciones de cabeza y de cuerpo completo, pero nunca con besos). De camino al hogar de la familia Iwasaki, pudimos empezar a saber algo del cabeza de familia, Kenichi, había estado viajando por Asia durante un año como ahora estamos haciendo nosotros, y que fue en la India donde conoció a su mujer. La verdad es que fue todo un alivio ver que hablaba un inglés fluido, ya que aunque lo intentamos, sobre todo Juanlu porque yo con la memoria de pez que tengo me resulta imposible, no conseguimos dominar el japonés ni un poquito, al menos hasta entonces.

La casa estaba al pie de una pequeña carretera y junto a la granja en la que trabajaríamos durante una semana. A la entrada, como en toda casa japonesa, te quitabas los zapatos y sobre un suelo completo de madera, con puertas correderas y enormes ventanales nos adentramos en el que sería también nuestro hogar. Al ser domingo pudimos conocer a la familia al completo nada más llegar. Mina, la madre que hablaba muy poquito inglés, Haruka, la mayor de los hermanos de 11 años, muy tímida e introvertida, Daichi, el mediano de 7 años inquieto y super-gracioso y la niña de nuestros ojos, Juna, de 3 años, con la que pasaríamos maravillosos momentos jugando e intentando comunicarnos. Ninguno de los niños hablada inglés y nosotros casi nada de japonés así que la comunicación comenzaba difícil, pero los juegos no entienden de idiomas. Nuestra habitación era muy espaciosa, lejos del cliché que tenemos sobre que las casas japonesas son pequeñas, y dormiríamos sobre futones en el suelo que colocábamos cada noche y recogíamos a la mañana siguiente. La cocina con barra americana se conectaba con el salón que consistía en una mesa bajita, sin sillas, en la que se comía y se hacía vida en familia. No había televisión. Lejos de nuestras casas llenas de muebles, en ésta no había mucho más pero a su vez estaba llena de vida.

La lista con las normas fue lo siguiente que nos enseñaron, no podemos olvidar que aquí está todo muy cuadriculado. En el almuerzo ya comenzamos a observar algunas cosas que nos resultaban extrañas, como que nadie esperaba a que estuvieran todos sentados si no cada uno comenzada a comer cuando quería, y por supuesto con palillos (sólo tenía un pequeño tenedor Juna la pequeña de la casa que no aprendería a comer con palillos hasta los 4 años), y eso a nosotros nos encanta. Los platos eran cuencos.
Al comenzar a comer y antes de levantarse de la mesa decían una frase que aunque la hemos memorizado no sabemos cómo se escribe y que significada algo así como gracias por los alimentos. La comida era toda ecológica con arroz tostado y muchas verduras y hortalizas, sopas que jamás habíamos probado y pescados, texturas y sabores muy lejanos a los nuestros pero que a la vez nos gustaban mucho.
Pese a ser domingo comenzamos nuestra jornada de trabajo. Estas consistían en limpiar los huevos del gallinero, sembrar en semilleros, trasplantar a la huerta, segar, echar abono (y como no usan fertilizantes lo que utilizábamos era abono natural de las gallinas que también recogíamos nosotros), sallar, limpiar la maquinaria, montar invernaderos, etc. La granja consistía en una cooperativa, en la que sólo Kenichi hablaba inglés por lo tanto siempre estábamos con él, y la verdad es que nos divertíamos un montón dentro de lo duro del trabajo. Se cultivaba de todo menos arroz, pese a que la zona de Tokomachi es la mayor productora de arroz de todo el Japón. Cultivábamos calabacines, maíz, patatas, tomates, kiwi y por supuesto huevos. La abundancia de mosquitos hacía que tuviéramos que usar manga larga, y las reacciones alérgicas que a éstos tenía Juanlu nos llevaba a ponernos constantemente montañas de repelente en las pocas partes al aire libre que nos quedaban.


Los cultivos de Tokamachi
El Japón
de los campos de arroz
ante nuestros ojos,
las manos son tierra
y la tierra nosotros,
entre nubes de algodón
y granjero que siembran
semillas en el corazón.

Como un jabón
de burbujas en flor,
los cultivos sonoros,
trabajan sin descanso, con paciencia
hasta perderse el sol,
inundados por la fuerza
fruto de la pasión.


Para arriba y para abajo todo el día, terminábamos reventados, pero contentísimos por todo lo que estábamos aprendiendo, sobre todo yo que nunca había trabajado en una granja y que jamás había plantado. Nos acordamos de todos vosotros y que sepáis que cuando plantábamos nos acordábamos de vosotros, así que tenéis al menos una dedicada a cada uno de vosotros, que en breve dará sus frutos. Pese al cansancio, cada noche nos esperaba algo, y es que nos convertimos en la atracción del lugar. Llevan muy poco tiempo recibiendo voluntarios, y la gente que han recibido son o bien japoneses o chinos, éramos los primeros españoles.


La primera noche tuvimos a un profesor de inglés amigo de Kenichi que vino a cenar a casa, al que le preparamos una tortilla de patatas y un pisto, y lo comimos con palillos. Sí, comimos tortilla de patatas con palillos, no parábamos de reírnos al ver la situación. Otro día un cliente de la cooperativa le contó a Kenichi que en uno de sus locales de Tokamachi se daban clases de flamenco y que si nos apetecía podíamos ir. Allí estábamos nosotros esa misma tarde. Fuimos recibidos con ovación en la escuela, que por cierto se llamaba “Soy Hitana” y nos hicieron bailar tres sevillanas, y nosotros pusimos todo nuestro arte en ello. Después nos hicieron ellas una demostración. Era todo gracioso escuchar sevillanas en Japón y verte a los japoneses, con lo recatados que son, emocionados viendo como bailábamos. Esa misma noche nos invitaron a cenar a un restaurante, el hijo del dueño del local en el que eran las clases de flamenco, comimos sushi y ostras, entre otras cosas, una pasada. De repente aparecieron unos amigos de ellos (uno, director de un resort de la zona, otro, hermano del que nos invitó a cenar ) y sacaron saque, vino, más cerveza y montaron una fiesta…a todo el que entraba en el restaurante le decían que éramos españoles y nos lo presentaban. Lo que os decíamos, éramos la atracción del lugar. Nosotros encantados nos dejábamos deleitar por todo. Ellos intentaban hablar inglés, y nosotros japonés y como podíamos nos comunicábamos (de esto tenemos un video muy divertido que hemos subido y esperamos que veáis).


A la salida, y como íbamos un poco bebidos Kenichi llamó un taxi, y el mismo apareció con dos hombres, el que llevaría el coche de Kenichi y el que nos llevaba a nosotros (curioso sistema que no estaría de más que se estableciera en nuestro país).


Al día siguiente teníamos nuestro día libre y se ofreció uno de la cooperativa a llevarnos, junto con dos chinos que trabajaban de voluntarios para él en su campo de arroz (ninguno de los tres hablaba inglés por lo que las señas fueron de nuevo las protagonistas), a llevarnos de ruta por la zona. Nos mostró todos los encantos de este lugar. A nosotros nos dijeron que íbamos a un Hot Spring, y nosotros creyendo que íbamos a un Onsen cargamos con las toallas, pero resultó que íbamos a un bosque que tiene Onsen, pero no a los Onsen. También estuvimos en miradores, el museo, y nos invitaron a comer, en este caso “soba”, espaguetis japoneses como nos lo traducen ellos (de arroz, por supuesto), y que están buenísimos (se toman fríos sobre un caldo y los absorben del tirón haciendo un considerable ruido). Nosotros no parábamos de estar asombrados con cada cosa que ocurría, y por cómo nos trataban.


Ese día comenzó a ser insoportable el dolor de muela que Juanlu tenía porque se le había partido una, con lo que tuvimos que buscar un dentista urgentemente, y de nuevo el problema era el idioma. La verdad es que tenemos que agradecer haber tenido a Kenichi con nosotros ya que se encargó de buscar un doctor y de coordinar con nuestra compañía de seguros que nos lo cubriera. Total que al día siguiente teníamos una taxista en la puerta de casa a las 8 de la mañana y al poco estábamos rellenando un cuestionario en japonés que nos iba traduciendo como podía nuestro querido amigo. Menuda faena, pero todo salió perfecto ya que el dolor desapareció. En la clínica también tuvimos que quitarnos los zapatos al entrar y nos daban unas zapatillas de plástico, y es que están muy obsesionados con la limpieza.


De vuelta al duro trabajo, y con el sudor de nuevo en nuestra frente, pero contentísimos ya que realmente aquí nos sentíamos queridos y cuidados por cientos de pequeños detalles que no sabemos ni como relatar. La experiencia de nuevo fue alucinante por la gente con la que nos encontramos, y como éstos nos trataron. No encontraríamos las palabras para agradecer como nos hicieron sentir la familia Iwasaki y todo el pueblo de Tokamachi.


Se había corrido la voz de que unos españoles estaban por el pueblo y de nuevo recibimos la visita de dos mujeres amigas de la familia y amantes del flamenco que querían conocernos. No os podéis ni imaginar la cantidad de preguntas que nos hacían sobre España y sobre nosotros (que como nos habíamos conocido, que le contáramos aventuras del viaje) y hacíamos lo posible para comunicarnos en inglés con todos. Cuando se enteraron de que quería probarme un Kimono nos invitaron, a la noche siguiente, a cenar a casa de una de ellas. Pero antes de llegar nos llevaron a conocer “las periculas”, o algo así, unas máquinas en las que te haces fotos a la japonesa, como ésta que os ponemos aquí. No sabéis como nos lo pasamos haciendo las fotos, la máquina no paraba de hablar en japonés dándonos instrucciones que nos traducía “Yosida” y que descojonados y a toda prisa cumplíamos. Fue toda una experiencia.


Tras ello llegamos a la casa donde de nuevo nos tenían preparada una cena y cientos de preguntas, y nosotros también preguntábamos. Y es que “Hirano”, la anfitriona, era profesora de las famosas ceremonias del té en Japón. Nosotros habíamos oído hablar mucho de ellas pero tampoco nos habían atraído. Consiste en una antigua tradición en la que se toma el té, pero con la peculiaridad, entre otras cosas, de que no se habla en todo el evento que puede llegar a durar varias horas. Hay todo un protocolo que se debe de cumplir en la ceremonia y que resulta tremendamente tedioso. La verdad es que estábamos fascinados con todo lo que nos contaban.


Al poco me subió la mujer al vestidor donde tenía preparado el kimono y comenzó con el complicado proceso de esta antigua vestimenta. No sabría describir cuantas partes tiene éste, pero desde luego son muchas, y te sientes un poco aprisionada, pero estaba encantada. Ella y el marido insistieron en regalarnos el kimono pero la verdad es que no nos caben más cosas en la maleta, así que nos negamos una y otra vez. Tenían también preparado un CD de sevillanas y nos pusimos a bailar y a enseñarles algo de tan amado baile. Estaban alucinados y nosotros también, no paraban de hacer fotos. La verdad es que fue una noche maravillosa, y maravillados por todo esto y otros cientos de anécdotas estábamos nosotros.


No alcanzo a explicar lo sentido en esta tierra y con estas gentes, con su comida y sus rituales, con su delicadeza y su timidez. Son muy difíciles de describir, y muy diferentes a nosotros, pero a la vez tan iguales. Ya llevamos más de 5 meses de viaje y no nos lo creemos, son tantas las experiencias vividas y tan intensas en cada momento que nos sentimos repletos de la gracia de la vida. Vivimos, sentimos y amamos intensamente cada momento que nos es regalado.


Esta poesía es una reflexión tras ver la película recomendada por Jandro, llamada Home, esperamos que a vosotros también os inspire como hizo con nosotros.

Casa
La casa,
mi casa,
tu casa,
nuestra casa,
las casa de todas
y todos,
esa, que transforma
semillas en bosques frondosos,
obra maestra
de la naturaleza,
recogen nuestro carbono
y nueva vida generan.
Nuestra casa,
de los picos nevados
a las inmensas praderas,
el agua corre sin descanso,
los polos se deshielan,
el desierto gritan llamando
a las nubes que no llegan.
Nuestra casa,
hogar de los milagros,
debemos cuidarla
para que no muera.
En los últimos años
las heridas abiertas
le han hecho mucho daño,
pero a tiempo estamos
de curarle sus penas.
Nuestra casa,
la casa de todos
y todas,
de los seres vivos
y de las piedras.

Gracias a todos,

Cris y Juanlu
Massaleros Vuelta al Mundo.

sábado, 20 de junio de 2009

Imperio del Sol naciente

Continuamos con nuestras aventuras en este país tan fascinante, y a la vez tan disciplinado. Este mundo en ocasiones en una maravilla, pero en otras es una locura. Es una paranoia como dicen no. O te asienten con la cabeza, con lo cual en primer lugar piensas que te están diciendo que si, o te cruzan los brazos en forma de x, con lo cual ya es un no rotundo en el que no hay nada que hacer. Al principio con las fotos, al asentar con la cabeza pensaba que me decían que si, así que tiraba la foto, y veía como se quedaban con una cara de pasmados. Total que aún con el mundo de los símbolos aquí todo está lleno de contradicciones.


Gestos japoneses

Las manos tapan sus bocas
cuando la timidez los apodera,
y una sonrisa cariñosa
contagia el aire que los rodea.

Sus dedos, la uve forman
si a las fotos se prestan,
con los brazos la equis montan
si el no es su respuesta.

Para darte las gracias
hacia delante inclinan la cabeza,
si enérgicamente la agitan
su disconformidad te demuestran.

Siguiendo con nuestro periplo por Tokio quisimos conocer dos mundos, por un lado el tranquilo y sosegado mundo de los Onsen (baños de aguas termales muy típicos, en todo el Japón hay más de 3.000) y el mundo de la noche. Fuimos a uno que se encontraba en nuestro tradicional barrio de Asakusa. La entrada cuesta tan sólo 3€, y tienes tiempo ilimitado. Te separan hombres y mujeres, te desnudas completamente, y te metes en una sala muy grande llena de piscinas, donde normalmente hay una muy fría y el resto están hirviendo. No sé cómo pueden aguantar tanto tiempo metidos en estas aguas tan calientes, parece el mismo infierno. Hay también piscinas al aire libre y sauna. Es super reconfortante la limpieza a fondo que te haces. Observas como lo hacen ellos y les copias cada paso. Llevan una pequeña toalla con la que se refriegan por todos lados. Nos recordó mucho a los baños árabes.
Con una banqueta y una palangana, y con toda la tranquilidad del mundo te dedicas el tiempo justo y necesario a un proceso tan amado por esta cultura, la limpieza del cuerpo (y es que aquí son un poco obsesivos con la limpieza, aparte de cada vez que te sientas en cualquier bar te dan una toalla húmeda caliente, ves como el cocinero se limpia las manos dos veces al minuto, o como ellos siempre llevan una toallita en el bolso, ya que tanto hombres como mujeres llevan bolso, con el que se limpian las manos o la cara en cualquier momento). Sales del Onsen totalmente relajado, como nuevo, y más después de llevar 5 meses en todo tipo de duchas por Sudamérica y Australia, esto es todo un lujo para nuestras mentes y nuestros cuerpos.

El sábado no quisimos perdernos la oportunidad de experimentar la noche en Tokio. Y cómo cambia todo cuando la oscuridad penetra en la ciudad, cuando el alcohol es consumido. Se desinhiben totalmente. La timidez se pierde hasta un punto un poco de locura. Tras ir por varios bares, con un ambiente más o menos tranquilo nos metimos en una disco, Gaspanic, en la que conocimos en lo que se pueden convertir. Tanto los hombres, con unos bailes de locura, dándolo todo, como las mujeres que se suben en lo alto de las barras, con esas minifaldas y comienzan a bailar de forma algo más allá de una simple sensualidad, y más cercano a un puterio, perdón por la palabra, pero es lo que más se asemeja. Anonadados estábamos. Con la boca abierta, y bailando como descosidos.

En este lugar hubo una anécdota muy curiosa que demuestra las diferencias en las culturas. Como os digo, estábamos en una disco con luces, la música a todo volumen, la gente loca, uno se subió en una barra y con un extintor de aire comprimido se puso a vaciarlo sobre la gente (incluidos nosotros), total que entre eso y las chicas era imposible pedirse nada. A todo esto se nos acerca un chico y nos pone la carta por delante, la alumbra con una linterna y nos pregunta si queremos algo. Le decimos que si y nos dice que le demos el dinero y nos la trae. No, no, le respondemos, éste no sabes de dónde venimos. Ni locos, tú nos traes la copa y luego te damos el dinero. El nos responde en un inglés perfecto que en Japón las cosas no funcionan así, que le dé el dinero y nos trae la copa. Nos ponemos a comentar entre nosotros que ni locos le damos el dinero…y nos salta el chico, en un español más perfecto aún “Que no os voy a engañar, coño! que en Japón la gente no engaña, ¿cuánto hace que estáis aquí?”. Total que nos quedamos flipando, resulta que es Ignasi, chico catalán que se pidió una excedencia en una caja de ahorros, se fue a Japón a aprender japonés y estaba currando allí. Nos instruyó tremendamente sobre que en Japón la gente no te va a engañar, es super-honesta. Hubo un chico que se le perdió la cartera y le apareció con todo el dinero. Pero que en cuanto beben alcohol se vuelven locos y se desinhiben como no lo hacen de otra forma. Es por ello que ves como los chicos les regalan copas a las chicas constantemente, jeje!! Nos encantó ese encuentro español en medio de tanta locura.

El domingo no quisimos perdernos el ir al barrio de Harajuku, del que mucha gente nos había hablado por tratarse de donde se concentran las jovencitas…que no sabría cómo llamar, pero que se visten de lo más raro. Lo mismo van de góticas, que de muñecas, que de vestidos de época, que de kimonos. Todo un circo en el que la cámara de nuevo parece que echaba humo. Nos dimos un paseo por las tiendas y vaya pasote!!! Estas japos están loquísimas de verd
ad.

Nuestro último día por Tokio quisimos alquilar unas bicis y recorrernos la ciudad utilizando otro medio de transporte, queríamos ir a Shinjuku, en la otra punta, a mirar cámaras, que resultaron no estar tan baratas, y nos dimos un pedaleo inmenso.

De aquí partimos hacia Kyoto, que se puede considerar la ciudad más tradicional del país, con el mayor número de templos y donde aún hoy en día existe la antigua profesión de la Geishas. Quisimos ir en bus nocturno porque si hay algo caro aquí son los transportes (el resto, la comida y los hospedajes, la verdad es que no son nada caros, algo que nos sorprendió enormemente). Es también curioso el tema de que en este país no hay estaciones de autobuses como tal. Es algo inaudito. Compras el billete por internet y te dicen donde tienen que ir a cogerlo, te dan la dirección de la calle, y ves como montan una mesa plegable, das tu numero de reserva (a nosotros se nos olvidó, menos mal que en la lista todos eran nombres japoneses y era fácil de reconocer el nuestro, que si no con lo cuadriculados que son esta gente nos veíamos quedándonos en tierra), y te dicen el número de autobús que te toca. Nosotros calculamos mal los tiempos y llegábamos tarde, además llovía, así que fue toda una odisea encontrar el lugar y llegar a tiempo, pero lo conseguimos.

Llegamos a Kyoto el día del cumple de Juanlu, decidimos tomárnoslo con mucha calma, y nos fuimos al templo que Anita Dangereuse nos recomendó (fue todo un regalo, muchísimas gracias guapetona) Fushimi Inari y nos fascinó. Se trataba de unos caminos cubiertos por unas puertas de color naranja y negro por todos lados, en medio de un bosque, en el que había templos y santuarios por doquier, todos con velitas, inciensos y campanillas que sonaban al batir del aire.
En todos los templos hay al comenzar un lugar de ofrendas que consisten en tablillas que compras al templo en las que escribes tus deseos o tus plegarias, y es precioso verlas todas colgadas. Disfrutamos de un maravilloso paseo por la zona, aunque de nuevo los mosquitos no nos dejaban relajarnos del todo. Quien dice que aquí no nos iba a picar nada…pues nos están acribillando los mosquitos. La verdad es que si hay algo en el viaje de lo que estamos un poco cansados es de que siempre nos pique algo.

Entre medio del paseo vimos algunos pequeños restaurantes de estilo totalmente japonés, con mesas bajas y tatamis en el que no resistimos la tentación de comer. En medio de la naturaleza y del suave sonido de las campanas, de las que cuelgan unos trocitos de papel con unos mensajes. Parece que con el dulce sonido estos deseos se elevan más y más alto, y con la vibración se entra en contacto con el mundo, llenándolo con su mensaje. Es realmente una sensación increíble.

Para continuar con el día quisimos ir de nuevo a un Onsen, ya que nos había encantado tanto la primera experiencia. Y esta ya nos fue rotunda, nos encantan.

Pasamos unos días entre Kyoto y alrededores, Nara entre ellos, visitando templos de las dos religiones, Budismo y Shinto, que hay en el país, y la verdad es que son impresionantes. Algo curioso es que parece ser que la gente aquí practica las dos religiones, bueno y también hay quien no práctica ninguna. Paseando por estas ciudades notas cosas diferentes, y es que no hay tanto fashion mode, pero lo que si te encuentras es muchas más mujeres vestidas con kimono, lo cual le da un toque realmente autentico. También atraviesas calles en las que parece que has hecho un viaje en el tiempo a otro mundo. A ese mundo del que tan sólo conocemos por alguna película que hayamos visto, en la que seguro aparecen los famosos samuráis.
Fuimos entre otros al Zen Nanzen-ji, un templo zen en el que nos sumergimos en un mundo de sutileza y paz.

Templo Zen Nanzen-Ji. Kyoto
Jardines de piedras
arados, sin huellas,
musgos, arbustos, bonsáis,
los sentidos despiertan.

Las notas del agua suenan,
música de la naturaleza,
entre almas de samuráis
y olores de fragancias frescas.

Una luz armónica impera
en paredes, techos y suelos de madera,
y las leyendas de los Tacharáis
sobre pinturas de tela.


Hubo otro día en el que fuimos a un bosque de Bambú realmente impresionante. Cuan bellos son estos árboles, precisamente por la simpleza de los mismos. Y cuan bellos es el sonido de sus hojas tocadas por el viento. Un momento único.

Totalmente extasiados no parábamos de buscar gueishas por todos lados. Nos enteramos, gracias a Nacho y Marián, unos españoles de Zaragoza en luna de miel (con los que salimos en la foto, chicos enhorabuena!!!) que compartieron con nosotros su comida y unas fantásticas horas, que hay una calle por la que suelen transitar antes del atardecer, para ir desde sus casas a los locales donde “actúan”. Y es que si quieres disfrutar de sus delicatesen tienes que pagar la suma de 4.000$, nada más y nada menos. Por fin lo conseguimos y le pudimos hacer una foto a una geisha, misión cump
lida.

Estos últimos días hemos tenido unos cuantos encontronazos con los cuadrados de las cuadriculas de estos japoneses, que si bien hay ocasiones en las que te hacen gracia hay otras en las que te sacan de quicio. Y es que hoy cuando hemos ido a comprar un billete de tren nos dan unos tickets y le digo que quiero comprar el de vuelta y me dice que no, que lo compre mañana. Yo le pregunto por qué y me cruza los brazos…ya estamos. No sé porqué me cruza los brazos, pero quiero comprar el billete, para no tener que volver a pasar por taquilla. El empieza con que no habla inglés, y me cruza los brazos. Yo le digo que por favor que me venda el billete, y el cruza los brazos. Total que nos vamos sin el billete y sin entender nada de nada.

Y es que nos ha fascinado mucho esta cultura, de la que hasta el momento hemos conocido una ciudad moderna y una tradicional, pero nos deja con la sensación de que queremos más. Es por ello que hemos decidido que nos vamos al campo, a vivir durante una semana en una granja ecológica donde se cultiva arroz, a trabajar en el campo y a aprender Japonés, a cambio de comida y hospedaje, con una familia, pero chicos de nuevo esto será parte de otra historia.

Sayonara,

Cris y Juanlu
Massaleros vuelta al Mundo

martes, 16 de junio de 2009

Feliz cumpleaños Massalero

Hoy es el día en el que cumples 33 años, estamos en Kyoto, y queria hacerte un regalo especial...y se me ocurrio darte estos mensajes que te traido desde las playas de arena australianas:



Las palabras no son suficientas para expresar lo que siento hacia ti. Se quedan siempre cortas, y no se hacen necsarias. Gracias por compartir conmigo este sueño.



domingo, 14 de junio de 2009

De Occidente al más puro Oriente

Nos queda muy poco tiempo en Australia y como todos nos decís seguro que hay mucho más de este inmenso país que no hemos llegado a palpar, pero el presupuesto nos aprieta y decidimos que nuestro tiempo en este lugar se terminó, así que será en otra ocasión en la que contactemos con el espíritu de este tierra y de estas gentes. Quizás no sea este el momento, o quizás simplemente no supimos como enfrentarla. De igual forma nos quedamos con los bueno, con las maravillas vistas y vividas, que no han sido pocas.

Para despedirnos pasamos unos grandiosos días en Cairns. De nuevo este lugar nos sorprendió estando en la costa pero sin playas, y sustituyendo éstas por un lago artificial con arena de verdad. Pero de este tema ya hemos hablado antes. La ciudad es como un Benidorm o Torremolinos en Australia, pero frente a sus costas se encuentra la gran y maravillosa barrera de coral. Visitamos algunas de las playas de alrededores (Trinitiy Beach entre otras) que nos devolvieron un poquito de la paz que necesitábamos.

Trinity Beach. Cairns.

Contemplo el cielo grafiteado
tumbado sobre una enorme roca
que penetra en un mar calmado
por la gran barrera de coral.
Extiendo mis brazos,
mis piernas la piedra tocan,
un aire fresco y amargo
invita a mis sueños volar.
Mis ojos se cierran, las nubes atrapo,
abandono mi cuerpo, mi persona,
a un mundo espiritual me traslado,
mi mente logra al fin despertar.


Para despedirnos de Australia volvimos al arrecife, en este caso a Green Island. Como describir esta maravilla, nos quedamos sin palabras. Una pequeña isla rodeado de aguas turquesas, arena blanca y arrecifes. En el centro palmeras y todo tipo de plantas, como una pequeña selva en medio de tan espléndido lugar, en el que podías ver incluso cocodrilos (no porque habitaran allí, si no porque allí los tenías para que pagaras por verlos, aquí te lo preparaban todo, pero no vamos a enturbiar el momento). De nuevo el paraíso.



El barco que hasta allí nos llevó era un velero en el podíamos hacer inmersiones. Así que nos decidimos a tirar la casa por la ventana, y Juanlu hizo su bautismo con una inmersión en el arrecife de coral más grande del mundo. Y yo lo acompañé. Alucinante la sensación de poder contemplar tanta vida marina, y tanto colorido. Cuando estás ahí abajo, tienes la sensación de estar volando y la paz te inunda, ya que tan sólo oyes el sonido de tu propia respiración, y ésta es pausada. Tus lentos movimientos están en sincronía con los movimientos de ese mundo al que te asomas para formar parte de él durante no más de 30 min. Cuando, a través luz, observas los cientos de peces a tu alrededor, dibujándose el perfil de un coral, y ves los rayos de luz queriendo entrar en el agua descubres la belleza de lo que estás viviendo. No teníamos cámara acuática, por lo que nos resulta imposible ilustraros estos momentos más allá de nuestras palabras. Pero creo que lo mejor es que os aventuréis a vivir esta única experiencia.




En una segunda inmersión pudimos nadar entre tiburones, y es que los atraía el capitán con los restos del pollo de la comida. También pudimos ver como un pez enorme se zampaba a un gran calamar entre nubes de tinta. Pudimos sentir el sedoso tacto de algunas de las algas, coger estrellas, ver caballitos y peces de todo un sinfín de colores. Extasiados salimos del agua. Y para mayor deleite, a la vuelta a Cairns, saltó un fuerte viento que nos llevó con todas la velas izadas, escorados a más no poder, disfrutando de una maravillosa travesía por el Pacífico. No pudieron ser mejores nuestras últimas horas en este mundo de OZ.



Como guinda del pastel nos volvimos a encontrar con Roxana, una asturiana de Pola de Siero con un espíritu inmenso y unas ganas de vivir que nos dejan con la boca abierta. Ole con esos Asturianos por el mundo.



Partimos rumbo a nuestro siguiente destino con una baja. Y es que se ha extraviado el pañuelo massalero (amarillo) que Almu me regaló. Aún no estamos recuperados de esta pérdida, pero lo más importante sigue estando perfecto, que somos nosotros.

La llegada a Tokio nos ilusionaba. Estábamos nerviosos, como si empezáramos de nuevo el viaje. Y es que nos trasladamos a otro mundo, de nuevo. Completamente diferente al anterior, y al anterior. La mezcla entre lo tradicional y lo moderno. Entre el minimalismo y la extravagancia. Entre oriente y occidente. Es tanto que no sé ni por dónde empezar. Hay tanto que sorprende y tanto que desconcierta, tanto que te hace reír, y tanto que te deja con la boca abierta... Y es que somos desde luego tan diferentes, pero indudablemente tan humanos y tan iguales.


Llegada a Japón


Mágica cultura nipona
apenas un pie en la isla
y una corriente embriagadora
las sensaciones cautiva,
los miedos abandonan
a la suerte primeriza
de quien busca entre las sombras.
Se graban en la retina
los carteles que zozobran,
y las amables sonrisas
y los gestos y sus personas.



La ciudad es limpísima, pero no hay papeleras por ningún lado. Y como se consigue, pues la gente no consume nada por las calles, ni un cigarro, ya que no está permitido fumar mientras andas. Para ello hay policías que vigilan que cumplas esta norma y que sólo fumes en los lugares habilitados para ello en las calles. Pero si está permitido fumar en los bares y en lugares públicos como las salas de máquinas recreativas o en los centros comerciales. Es una ciudad super-silenciosa, y es que apenas hay coches. Todo el mundo se traslada en bicicleta o en metro. Las bicis no tienen candado, el concepto de propiedad privada está tan asentado que no es necesario, sabes que nadie la va a robar.



Todo está escrito en japonés, evidentemente, no te enteras de nada. Pese a ello no tienes problemas para ubicarte, o para orientarte, ya que hay mapas indicativos por cualquier sitio de la ciudad. Hay baños públicos, y también fuentes por doquier. Y los baños son una verdadera paranoia. Tienen montón de botones para chorritos de agua, enfocados a diferentes lugares, según lo que quieras limpiar, e incluso algunos llegan a tener hasta música de agua. Sobre esto de la música hemos intentado buscar la razón y entendemos que es para ayudarte a hacer tus necesidades en caso de que lo necesites, o para evitar que otros oigan los sonidos que haces en estos momentos tan íntimos. A saber cuál es la verdadera razón, pero la verdad es que puedes subir o bajar el volumen a tu gusto.




Nos resultó muy gracioso el primer momento en el que al salir del aeropuerto cogimos el primer metro. Parecía que nunca habíamos cogido uno, pero este sistema es totalmente diferente, y además los símbolos usados no sirven de gran ayuda porque no entiendes nada. Y claro, preguntas a la primera persona que tienes al lado, se te pode a hablar pero no entiendes nada tampoco. Empiezas a hacer un gesto con la cabeza como asintiendo para que deje de hablar pero nada, siguen hablado. La verdad es que son super amables. Intentan por todos los medios hacerse entender, y lo único posible en estas ocasiones son los gestos, y las sonrisas que tan amigables y tiernos les hacen. Y es que aquí muy poca gente te sabe hablar inglés.


En el metro te encuentras que, o están mirando y haciendo no sabemos que con el móvil, o van dormidos (se duermen en cualquier lado). Y es que lo de los japoneses con el móvil es una verdadera adicción, casi todos llevan los móviles iguales, cuadrados con tapa. Sean hombres o mujeres, y dando igual la edad llevan, en estos aparatos, colgantes de todo
tipo.


Las calles, fuera del centro, en la zona menos comercial, están llenas de macetas con flores preciosas. Y en el centro los carteles luminosos inundan los edificios. Hay pantallas gigantes por multitud de lugares e hilo musical por algunas de las calles. La limpieza la llevan a las casas y es que para entrar en ellas, en nuestro caso en el hostel, te tienes que quitar los zapatos, y todo reluce como si fuera nuevo. Nos dieron para dormir unas cabinas, ya que esto es muy habitual por aquí. Consiste en una especie de caja de zapatos en la que duermes, una locura. Fue allí, en el Hostel, no en la cabina, donde conocimos a Rodrigo un madrileño que como nosotros está dando la vuelta al mundo y que se convirtió en nuestro compañero durante unos días por la ciud
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Ese primer día lo aprovechamos para descansar tras el jetlag que nos dejó destrozados pero por la noche quisimos pasear por los alrededores del Hostel, en Asakusa, y descubrir que estábamos en un barrio muy tradicional, con la típica estampa de lo que hasta este momento nos imaginábamos que era Japón. Cenamos en un barecito en la calle, rodeados de farolillos. Para pedir lo que queríamos, señalábamos los platos de otras mesas sin saber muy bien de lo que se trataba, pero todo resultaba estar delicioso, y nuestra técnica con los palillos no estaba nada mal.



En nuestro segundo día empezamos bien temprano, a eso de las 5 de la mañana, visitando el mercado de pescado, o Lonja. Alucinante. Hay de todo tipo de peces, moluscos y algas de los que no sabríamos decir el nombre. El que si reconocimos nada más verlo fue al atún. Hay un loco movimiento en aquel lugar con carretillas mecánicas que no parar de ir y venir, y en el momento de las subastas los hombres gritan, cantan e incluso me atrevería a decir que bailan. Estábamos extasiados viendo la vida del luga
r.





Al terminar no quisimos perdernos la oportunidad de comer algo de Shushi de desayuno. Estaba exquisito. El restaurante consistía en una barra donde te sentabas y tenías al cocinero que te preparaba la comida delante de ti, y tú te disponías a tomarla. Aquí nada más te sientas en cualquier lugar te traen una toallita húmeda y un vaso de té (frio o caliente). Menos mal que en este caso la carta tenía fotos y podíamos pedir tranquilamente lo que queríamos. La gran mayoría de los restaurantes de aquí lo que tienen son fotos o una exposición de sus platos en el escaparate, así que resulta algo más fácil saber qué es lo que quieres, por lo bonito que sea, y no por que sepas lo que te estás comiendo.


Después nos dimos una vuelta por el centro, visitando el edificio Sony, el futuro delante de nuestras narices, el palacio imperial (por fuera y desde lejos, ya que no te puedes acercar) y un sinfín de jardines a los que, por lo que pudimos ver, son muy aficionados. De aquí nos dispusimos a comer en el barrio de Shinjuku, en el que nos adentramos en una zona tradicional con bares muy peculiares en el mismo formato que en el que desayunamos.





Entramos en uno en el que nos pedimos algo de beber (que nos terminó saliendo carísimo por una tasa que nos cobraron sólo por sentarnos) en el que un señor mayor y otras dos personas más, estaban emocionados por tenernos allí y no paraban de intentar relacionarse con nosotros como podían, ya que sólo uno de ellos chapurreaba algo de inglés. De nuevo las señas fueron las protagonistas, y Juanlu, que ya está aprendiendo el idioma, se comunica con las pocas palabras que hasta ahora lleva aprendidas.



Pasamos a la parte más emocionante y es cuando llegamos a Shibuya. Es conocido por el cruce de personas mas concurrido del mundo. Se calcula que 750.000 personas lo atraviesan al día, y no es para menos. En el momento en el que la luz verde da paso al peatón, una marabunta de gente de los cuatro puntos del cruce se avalancha sobre el mismo, haciendo de ello algo mágico. El parpadeo hace que los rezagados corran, y unos segundos de desierto, en el lugar que antes había estado atestado de personas, dan paso de nuevo a los coches. Te puedes quedar horas allí observando, simplemente observando. Y es que a esto, le tienes que sumar el hecho de que aquí es donde se concentra la zona de tiendas, bares y restaurantes fashion de la ciudad. Y por tanto, la gente que anda por aquí es de lo más fashion y extravagante que nos podamos imaginar. Como locos no parábamos de hacer fotos a la gente, que en muchas ocasiones te ponían los dedos en V, y lejos de mirarte mal, se sorprendían y te agradecían que se la hicieras. Todos los sentidos estaban extasiados.
Como nos hemos acordado de vosotras chicas y de vosotros chicos. Las mujeres no os lo podéis ni imaginar. Unos estilismos, unos taconazos, unos pelos, unos maquillajes, unas vestimentas. En ocasiones parecen disfraces, y nosotros con nuestras pintas. Total, que allí pasamos horas y horas con la boca abierta. Esto sí que es Japón.



De aquí nos fuimos para el barrio de Akihabara famoso por ser la zona donde se concentran las grandes tiendas tecnológicas, con todo lo que quieras comprar, y edificios enteros llenos de video juegos. La verdad es que si hay algo en este país son friquis. De todo lo que te imaginas hay un centro comercial a gran escala, y los friquis se unen en él como loco
s.



No pudimos quedar más alucinados por todo lo vivido y lo sentido en tan pocas horas. Esto sí que es otro mundo. Otro maravilloso mundo del que queremos seguir contándoos cosas, pero eso será parte de otra historia chicos.

Un fuerte abrazo.

Massaleros vuelta al mundo.
Cris y Juanlu