Tras más de 2 horas por un camino casi inexistente (camino de ripio) llegamos de nuevo a la frontera para pasar al lado argentino. De nuevo colas y esperas. Salías de la sala donde te sellaban, y desde donde mirabas a fuera y percibías una tranquilidad pasmosa, y un viento fuerte que cortaba azotaba incesante, vivo. De nuevo nada a tu alrededor. Esa sensación de estar en mitad de la nada, era inmensa.
La llegada a la ciudad de Ushuaia era precedida por una impresionante cordillera montañosa (el final de los Andes) que te hacia cambiar de entorno, de nuevo, y entrar en un lugar lleno de vegetación y de vida. La larga estancia en el autobús dio pie a crear amigos, por supuesto. Entre ellos una pareja de españoles con los que nos fuimos a cenar esa noche en Ushuaia.
La verdad es que cuando te hablan del fin del mundo te lo imaginas como un lugar inhóspito, pero Ushuaia no era para nada así, al tener aeropuerto no es necesario pasar el calvario que nosotros pasamos para llegar y resulta muy accesible de esta forma. Y también es parada obligada de los trasatlánticos, que no son pocos, que pasean por todo Chile y Argentina. Total que el romanticismo con el que veníamos se nos vino un poco abajo. Todo demasiado preparado, y poco más que una ciudad. Al menos esa fue nuestra primera impresión.
Ushuaia
La llaman Tierra de fuego
aunque no lo haya por parte alguna,
te queman sus fuertes vientos,
sus lluvias y el sol te abruman.
El fin del mundo bajo un cielo
que roza mar, lagos y turba,
fauna y flora en estado pleno,
vestigios Yamanas en la penumbra.
La más austral de las ciudades,
el canal Beagle entre dos océanos en guerra,
atrincheradas en sus aguas de oportunidades
entre otras, la isla H y la pinguinera.
Una bahía con travesías al conteniente antártico,
con bigotudos marinos y hombrecitos de frac,
un muelle de lujo con enormes transatlánticos
y erigida a sus espaldas la cadena Martial.
Hicimos dos cosas por la zona antes de emprender nuestra vuelta a Buenos Aires, que esta si que la hicimos en avión, y menos mal. En primer lugar ir al parque Natural de Tierras del Fuego. Allí el tiempo es eternamente cambiante y pasa del sol a la lluvia en un batir del viento.
El treking que hicimos por el parque natural nos hizo soñar con bosques que hablaban y duendecillos que se cruzaban. Y lo más impresionante de todo ello era la vida que allí había. Tenias muchas aves que no se asustaban a tu paso, y que podías observar de cerca. Lo mismo pasaba con los conejos y zorros que vimos. Nos sentíamos en paz con el sonido de los arboles en el balanceo del viento, y con esas playas que jamás habías imaginado. La verdad fue que nos flipo.
Al día siguiente un paseo en velero hacia alguna de las islas de alrededor nos llevo a ver Leones marinos a mansalva, panchos y malolientes, jeje. De ahí a otra isla en la que hicimos una caminata, no sin antes cruzarnos con los pingüinos por el camino. Esos pequeños seres que tan graciosos nos resultan. En la isla tuvimos la oportunidad de que nos contaran como vivían los Yamanas. Se trata de la última tribu indígena de la zona, y que hasta hace un par de años aun vivía gente en este tipo de tribus. Como dato de interés contaros que no llevaban ropas (y no podéis imaginaros el frio que hace por allí). Iban desnudos cubiertos con grasa de lobo marino, que le permitían estar secos en pocos minutos al calor de una hoguera. Geniales historias las que nos contaron de cómo cazaban o como se movían por la zona. Tuvimos la suerte de ver un video (en el museo que visitamos más tarde) grabado en 1920 donde no solo podías verlos a ellos, si no como los veían los colonizadores, es decir como los veíamos nosotros, con comentarios que te conmovían al hacerte ver que no entendíamos su forma de vida tan acorde con el medio en el que habitaban. Su desaparición se vio acelerada por las enfermedades que pasaron entre otras cosas por pasar a usar ropas. Una historia increíble también.
Y bueno de ahí volamos de nuevo a Buenos Aires. La operación ha salido de muy bien, y ahora estamos esperando a la revisión para comenzar de nuevo la aventura y mientras tanto teatro, danza aérea y paseos por la ciudad hacen que los sentidos no lleguen a relajarse del todo. Que finalmente parezca que todo ha salido bien es un regalo, y es como comenzar de nuevo el viaje, habiendo superado los baches que se cruzaron por el camino.
Un fuerte abrazo a todos.
Cris y Juanlu
Massaleros Vuelta al Mundo