
La casa estaba al pie de una pequeña carretera y junto a la granja en la que trabajaríamos durante una semana. A la entrada, como en toda casa japonesa, te quitabas los zapatos y sobre un suelo completo de madera, con puertas correderas y enormes ventanales nos adentramos en el que sería también nuestro hogar. Al ser domingo pudimos conocer a la familia al completo nada más llegar. Mina, la madre que hablaba muy poquito inglés, Haruka, la mayor de los hermanos de 11 años, muy tímida e introvertida, Daichi, el mediano de 7 años inquieto y super-gracioso y la niña de nuestros ojos, Juna, de 3 años, con la que pasaríamos maravillosos momentos jugando e intentando comunicarnos. Ninguno de los niños hablada inglés y nosotros casi nada de japonés así que la comunicación comenzaba difícil, pero los juegos no entienden de idiomas. Nuestra habitación era muy espaciosa, lejos del cliché que tenemos sobre que las casas japonesas son pequeñas, y dormiríamos sobre futones en el suelo que colocábamos cada noche y recogíamos a la mañana siguiente. La cocina con barra americana se conectaba con el salón que consistía en una mesa bajita, sin sillas, en la que se comía y se hacía vida en familia. No había televisión. Lejos de nuestras casas llenas de muebles, en ésta no había mucho más pero a su vez estaba llena de vida.


La lista con las normas fue lo siguiente que nos enseñaron, no podemos olvidar que aquí está todo muy cuadriculado. En el almuerzo ya comenzamos a observar algunas cosas que nos resultaban extrañas, como que nadie esperaba a que estuvieran todos sentados si no cada uno comenzada a comer cuando quería, y por supuesto con palillos (sólo tenía un pequeño tenedor Juna la pequeña de la casa que no aprendería a comer con palillos hasta los 4 años), y eso a nosotros nos encanta. Los platos eran cuencos.


Los cultivos de Tokamachi
El Japón
de los campos de arroz
ante nuestros ojos,
las manos son tierra
y la tierra nosotros,
entre nubes de algodón
y granjero que siembran
semillas en el corazón.
Como un jabón
de burbujas en flor,
los cultivos sonoros,
trabajan sin descanso, con paciencia
hasta perderse el sol,
inundados por la fuerza
fruto de la pasión.
Para arriba y para abajo todo el día, terminábamos reventados, pero contentísimos por todo lo que estábamos aprendiendo, sobre todo yo que nunca había trabajado en una granja y que jamás había plantado. Nos acordamos de todos vosotros y que sepáis que cuando plantábamos nos acordábamos de vosotros, así que tenéis al menos una dedicada a cada uno de vosotros, que en breve dará sus frutos. Pese al cansancio, cada noche nos esperaba algo, y es que nos convertimos en la atracción del lugar. Llevan muy poco tiempo recibiendo voluntarios, y la gente que han recibido son o bien japoneses o chinos, éramos los primeros españoles.

La primera noche tuvimos a un profesor de inglés amigo de Kenichi que vino a cenar a casa, al que le preparamos una tortilla de patatas y un pisto, y lo comimos con palillos. Sí, comimos tortilla de patatas con palillos, no parábamos de reírnos al ver la situación. Otro día un cliente de la cooperativa le contó a Kenichi que en uno de sus locales de Tokamachi se daban clases de flamenco y que si nos apetecía podíamos ir. Allí estábamos nosotros esa misma tarde. Fuimos recibidos con ovación en la escuela, que por cierto se llamaba “Soy Hitana” y nos hicieron bailar tres sevillanas, y nosotros pusimos todo nuestro arte en ello. Después nos hicieron ellas una demostración. Era todo gracioso escuchar sevillanas en Japón y verte a los japoneses, con lo recatados que son, emocionados viendo como bailábamos. Esa misma noche nos invitaron a cenar a un restaurante, el hijo del dueño del local en el que eran las clases de flamenco, comimos sushi y ostras, entre otras cosas, una pasada. De repente aparecieron unos amigos de ellos (uno, director de un resort de la zona, otro, hermano del que nos invitó a cenar ) y sacaron saque, vino, más cerveza y montaron una fiesta…a todo el que entraba en el restaurante le decían que éramos españoles y nos lo presentaban. Lo que os decíamos, éramos la atracción del lugar. Nosotros encantados nos dejábamos deleitar por todo. Ellos intentaban hablar inglés, y nosotros japonés y como podíamos nos comunicábamos (de esto tenemos un video muy divertido que hemos subido y esperamos que veáis).

A la salida, y como íbamos un poco bebidos Kenichi llamó un taxi, y el mismo apareció con dos hombres, el que llevaría el coche de Kenichi y el que nos llevaba a nosotros (curioso sistema que no estaría de más que se estableciera en nuestro país).

Al día siguiente teníamos nuestro día libre y se ofreció uno de la cooperativa a llevarnos, junto con dos chinos que trabajaban de voluntarios para él en su campo de arroz (ninguno de los tres hablaba inglés por lo que las señas fueron de nuevo las protagonistas), a llevarnos de ruta por la zona. Nos mostró todos los encantos de este lugar. A nosotros nos dijeron que íbamos a un Hot Spring, y nosotros creyendo que íbamos a un Onsen cargamos con las toallas, pero resultó que íbamos a un bosque que tiene Onsen, pero no a los Onsen. También estuvimos en miradores, el museo, y nos invitaron a comer, en este caso “soba”, espaguetis japoneses como nos lo traducen ellos (de arroz, por supuesto), y que están buenísimos (se toman fríos sobre un caldo y los absorben del tirón haciendo un considerable ruido). Nosotros no parábamos de estar asombrados con cada cosa que ocurría, y por cómo nos trataban.

Ese día comenzó a ser insoportable el dolor de muela que Juanlu tenía porque se le había partido una, con lo que tuvimos que buscar un dentista urgentemente, y de nuevo el problema era el idioma. La verdad es que tenemos que agradecer haber tenido a Kenichi con nosotros ya que se encargó de buscar un doctor y de coordinar con nuestra compañía de seguros que nos lo cubriera. Total que al día siguiente teníamos una taxista en la puerta de casa a las 8 de la mañana y al poco estábamos rellenando un cuestionario en japonés que nos iba traduciendo como podía nuestro querido amigo. Menuda faena, pero todo salió perfecto ya que el dolor desapareció. En la clínica también tuvimos que quitarnos los zapatos al entrar y nos daban unas zapatillas de plástico, y es que están muy obsesionados con la limpieza.

De vuelta al duro trabajo, y con el sudor de nuevo en nuestra frente, pero contentísimos ya que realmente aquí nos sentíamos queridos y cuidados por cientos de pequeños detalles que no sabemos ni como relatar. La experiencia de nuevo fue alucinante por la gente con la que nos encontramos, y como éstos nos trataron. No encontraríamos las palabras para agradecer como nos hicieron sentir la familia Iwasaki y todo el pueblo de Tokamachi.


Se había corrido la voz de que unos españoles estaban por el pueblo y de nuevo recibimos la visita de dos mujeres amigas de la familia y amantes del flamenco que querían conocernos. No os podéis ni imaginar la cantidad de preguntas que nos hacían sobre España y sobre nosotros (que como nos habíamos conocido, que le contáramos aventuras del viaje) y hacíamos lo posible para comunicarnos en inglés con todos. Cuando se enteraron de que quería probarme un Kimono nos invitaron, a la noche siguiente, a cenar a casa de una de ellas. Pero antes de llegar nos llevaron a conocer “las periculas”, o algo así, unas máquinas en las que te haces fotos a la japonesa, como ésta que os ponemos aquí. No sabéis como nos lo pasamos haciendo las fotos, la máquina no paraba de hablar en japonés dándonos instrucciones que nos traducía “Yosida” y que descojonados y a toda prisa cumplíamos. Fue toda una experiencia.

Tras ello llegamos a la casa donde de nuevo nos tenían preparada una cena y cientos de preguntas, y nosotros también preguntábamos. Y es que “Hirano”, la anfitriona, era profesora de las famosas ceremonias del té en Japón. Nosotros habíamos oído hablar mucho de ellas pero tampoco nos habían atraído. Consiste en una antigua tradición en la que se toma el té, pero con la peculiaridad, entre otras cosas, de que no se habla en todo el evento que puede llegar a durar varias horas. Hay todo un protocolo que se debe de cumplir en la ceremonia y que resulta tremendamente tedioso. La verdad es que estábamos fascinados con todo lo que nos contaban.

Al poco me subió la mujer al vestidor donde tenía preparado el kimono y comenzó con el complicado proceso de esta antigua vestimenta. No sabría describir cuantas partes tiene éste, pero desde luego son muchas, y te sientes un poco aprisionada, pero estaba encantada. Ella y el marido insistieron en regalarnos el kimono pero la verdad es que no nos caben más cosas en la maleta, así que nos negamos una y otra vez. Tenían también preparado un CD de sevillanas y nos pusimos a bailar y a enseñarles algo de tan amado baile. Estaban alucinados y nosotros también, no paraban de hacer fotos. La verdad es que fue una noche maravillosa, y maravillados por todo esto y otros cientos de anécdotas estábamos nosotros.

No alcanzo a explicar lo sentido en esta tierra y con estas gentes, con su comida y sus rituales, con su delicadeza y su timidez. Son muy difíciles de describir, y muy diferentes a nosotros, pero a la vez tan iguales. Ya llevamos más de 5 meses de viaje y no nos lo creemos, son tantas las experiencias vividas y tan intensas en cada momento que nos sentimos repletos de la gracia de la vida. Vivimos, sentimos y amamos intensamente cada momento que nos es regalado.

Esta poesía es una reflexión tras ver la película recomendada por Jandro, llamada Home, esperamos que a vosotros también os inspire como hizo con nosotros.
Casa
La casa,
mi casa,
tu casa,
nuestra casa,
las casa de todas
y todos,
esa, que transforma
semillas en bosques frondosos,
obra maestra
de la naturaleza,
recogen nuestro carbono
y nueva vida generan.
Nuestra casa,
de los picos nevados
a las inmensas praderas,
el agua corre sin descanso,
los polos se deshielan,
el desierto gritan llamando
a las nubes que no llegan.
Nuestra casa,
hogar de los milagros,
debemos cuidarla
para que no muera.
En los últimos años
las heridas abiertas
le han hecho mucho daño,
pero a tiempo estamos
de curarle sus penas.
Nuestra casa,
la casa de todos
y todas,
de los seres vivos
y de las piedras.
Cris y Juanlu
Massaleros Vuelta al Mundo.